(Y por una vez, no me refiero a los políticos. Ellos ya lo tienen muy sencillo desde hace cuarenta años como nos lo han demostrado con suma frecuencia).
No, en realidad me refiero a nuestro día a día. Desde hace un tiempo, y tras la crisis bancaria se está acelerando a velocidad de crucero, los bancos tienden a convertirse en figuras intangibles. Desaparecen miles de sucursales. De las que permanecen, el número de personas que trabajan en ellas disminuyen como si les aquejara una misteriosa enfermedad que hace que se vayan disolviendo en las jubilaciones anticipadas. Cada vez es más difícil operar con una persona. Solo se permiten pagar recibos un par de horas dos días a la semana. En algunas oficinas, como las nuevas de La Caixa, nadie te cogerá un papel. Solo hay un empleado que te ayuda a que “tú” hagas las operaciones en los ordenadores que allí disponen. En innumerables pueblos pequeños se han quedado sin una sola oficina bancaria.
En fin, está claro que los bancos se van convirtiendo en entidades virtuales y que acabaremos haciéndolo todo nosotros desde nuestros ordenadores y móviles o, en último caso, desde los cajeros. Ahora, en base a una nueva regulación europea de seguridad parece que están obligando a los últimos reticentes a bajarse la app del banco en aras de que, al entrar en sus webs puedan enviar al móvil una clave que hay que introducir. Es evidente que pretenden que todo lo hagamos desde nuestros teléfonos inteligentes.
Y ahí es donde veo lo fácil que, en muchos casos, va a ser robarnos todo o parte de nuestro dinero. Al menos unos cuantos miles de euros. Yendo a un caso concreto. Si yo quiero hacer una transferencia desde mi móvil, primero he de desbloquearlo. La mayoría de los móviles hoy día se desbloquean con la huella dactilar. Abres la aplicación del banco que, como mucho, te pide otra vez que coloques tu huella dactilar. Ordenas de forma sencilla una transferencia y el banco, al cabo de pocos segundos, te envía un código que, una vez más, validas con tu huella dactilar. Es decir… Si alguien tiene tu móvil y tu huella puede, por tanto, hacer una transferencia a cualquier parte. Es verdad que si el importe sube más de una cierta cantidad (10.000€ en algún caso), tendrías que pasara por la oficina para confirmarla o confirmarla de alguna otra forma adicional.
Imaginemos que estás en un bar, en una discoteca o en cualquier otro lugar. Alguien te observa un poco de tiempo para ver qué dedo usas para desbloquear el móvil. Supongamos que te pone burundanga en la copa –las mujeres hoy por hoy vigilan más ese posible riesgo porque son las que suelen sufrirlo. Los hombres no solemos tener ese temor, por infrecuente–. Una vez incapaz de reaccionar, te llevan a un lugar discreto y usando tu propio dedo, desbloquea tu móvil, ve qué apps de bancos tienes. Las va abriendo, comprobando el saldo y utilizando tu huella para realizar diferentes transferencias. (Otra cosa es cómo tendría que organizarse para que esa cuenta a la que transfiere el dinero se opaca, pero esa es otra historia más compleja que daría para otro artículo). Si tenías dinero en tres cuentas, a la mañana siguiente te despiertas un tanto más pobre y con dificultades enormes para poder recuperarlo. ¿No has sido tú, acaso, desde tu móvil y con tu huella quien ha autorizado esas transferencias?
Pues ahí estamos. Poco a poco los bancos nos han puesto en una situación de vulnerabilidad que, estoy seguro, va a dar más de un disgusto a algunas personas. Y no hablemos de los ancianos que, en lo tecnológico, me empiezan a recordar a algunas que he visto en los supermercados dando a la cajera o al cajero el monedero para que ellos les cobren lo que quieran, confiando en que no les sisarán más de lo debido. En el momento en que nuestra cabeza deje de funcionar con nitidez, tendremos que acabar dejando nuestros móviles a algún joven para que haga él las operaciones con nuestro beneplácito. Creo que más de un delincuente avispado debe de estar frotándose las manos.