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ISSN 1989-4163

NUMERO 106 - OCTUBRE 2019

 

Y el Juego Continúa... (Episodio 1)

Bel Carrasco

A principios del siglo XXI devoré con pasión los cinco libros de la saga Canción de hielo y fuego de George R.R. Martin, y bajo su influjo escribí una novela de género fantástico, Las semillas del madomus (Versátil, 2014). En julio de 2019, disfruté la serie de HBO, una experiencia tan gratificante como la lectura, sin embargo, como a muchos de sus fans  me disgustó el desenlace.
          Así que me propuse como un estimulante desafío urdir una  suerte de secuela. Mi objetivo era revivir a Daenerys y seguir su trayectoria, junto a la de los principales protagonistas situándolos en un tiempo posterior a la destrucción de Desembarco del Rey.  Además de Daenerys y sus dragones desfilan por estas páginas: Jon, Tyron, Sansa, Sam, Brienne, Arya, Bron, Gusano Gris, Sir Davos...y otros personajes de mi invención que interaccionan con ellos. Se titula Descendientes porque asistimos al nacimiento de la segunda generación que en un futuro competirá por el poder.
          Este texto está pensado, exclusivamente para los fans de Juego de Tronos y como homenaje a su autor. Más que un relato o un guión, es una especie de guirnalda luminosa a lo largo de uno de los muchos senderos por los que podría discurrir la historia. No desemboca en un final cerrado, sino en el principio de otra aventura. Si os apetece seguir jugando, os invito a leer, y si sois jugadores intrépidos, a seguir escribiendo y fabulando desde donde yo lo dejé.

 

                                

                                              Descendientes

 

                                                Episodio 1. Khunaleesi

 

Al sur de Poniente

          El último dragón vuela sobre un mar en calma en cuya superficie reverberan los rayos del sol. Sujeto en una de sus garras lleva el cadáver todavía caliente de Deanerys Targaryen. Sabe hacia dónde se dirige y lo que tiene que hacer, pero ignora si tendrá fuerza suficiente para cumplir su misión. De pronto estalla una tormenta y se ve envuelto en frías sombras grises. El mar se agita y encrespa alzándose en montañas de agua coronadas de espuma y soplan vientos iracundos que lo zarandean. Los rayos surcan el cielo con atronadores estampidos. El dragón vacila y se tambalea, sus movimientos se hacen erráticos y, a veces parece a punto de precipitarse al mar. Pero una y otra vez se recupera.
          Por fin los furiosos elementos se apaciguan, el día se aclara y en lontananza divisa una forma difusa que poco a poco se define. Un isla con forma de media luna presidida por una montaña humeante de forma cónica. Drogon sobrevuela su cima, deja caer el cuerpo de Daenerys que desaparece en el cráter, y se posa, exhausto en una playa de guijarros, al pie del volcán.
          Con atronadoras explosiones esa noche entra en erupción. El gigante de fuego vomita lenguas de lava y una lluvia de cenizas, mientras una gruesa columna de humo se eleva hacia el cielo. Al amanecer se aplaca su furia, la brisa limpia la atmósfera y retorna el silencio apenas alterado por el murmullo de las olas al batir la playa de piedras. Una figura humana desciende por la ladera.
          Es Daenerys, pero ahora tiene el pelo rojo, corto y rizado, como un aureola en torno a la cabeza y la piel broncínea. A la altura del corazón parpadea una cicatriz luminosa. Su aspecto físico es excelente, incluso más joven y hermosa que cuando murió a manos de Jon Nieve, pero su mirada, vacía y extraviada  no expresa ninguna emoción. Camina como una autómata hasta Drogon, que está dormido o inconsciente y lo acaricia.
          Danierys.—No sé quién eres ni quién soy yo, o cómo hemos llegado aquí, pero siento que somos aliados y que ahora soy más fuerte de lo que nunca fui.
          Mira a su alrededor y sonríe.
          D.—Este es un bello lugar. Lo llamaré Khunaleesi. El sonido de esa palabra me inspira agradables sensaciones.
          Después se tiende a lado de Drogon y cierra los ojos.

Más allá del Muro

          Jon y Tormund descansan en una poza de aguas termales dentro de la red de grutas y cavernas, antiguo hogar de los salvajes, donde han vuelto a instalarse sin miedo a los Caminantes Blancos.
          Jon—No debí matarla. Era mi reina y la amaba, pero el maldito enano me calentó la cabeza, y luego el hedor de la carne quemada, ver a toda esa gente calcinada... Creo que me volví loco.
          Tormund—No te atormentes, amigo. Hiciste los que debías hacer. Todos te agradecemos que nos libraras de esa bella loca.
          Jon—Locos, borrachos, sádicos, ineptos, brujas malvadas...y ahora un cuervo de tres ojos. Parece que los Siete Reinos no tienen suerte con sus reyes...
          Aparece Fantasma renqueando y se mete en la poza con dificultad. Jon lo acaricia con cariño.
          T.—¡Creía que a los lobos no les gusta el agua!
          J.—Así es. Pero a los viejos huesos de Fantasma agradecen el calor. Y la verdad es que los míos también. Están cansados de tanta lucha y tantos muertos.
          T.—Si por cada hombre que has matado te dieran un moneda de oro, Jon Nieve, serías más rico que los Lannister.
         J.—Y que los Tyrell de Altojardín. Pero ya no pienso matar ni uno más. Sólo animales para comer.
          T.—Y esperemos que no falten. Los salvajes soportamos bien el frío, qué remedio, pero odiamos pasar hambre.
          J.—¡Y mira que hemos pasado! Oye, Tormund, hay algo que quiero preguntarte.
          T.—¿...?
          J.—He notado que desde que empezó el invierno las temperaturas aquí son más soportables que antes. No tiene lógica.
          T.—¡Eres un cabrón muy sensible! Debes saber que cuando el invierno llega al sur del Muro, aquí  disfrutamos de nuestra pequeña primavera. Dura poco pero es dulce y tierna como una giganta amamantando a sus retoños. Es uno de los secretos que guardamos los salvajes.
          J.—¿Y podremos salir de las cuevas sin pieles plagadas de piojos y sentir el sol en la piel desnuda?
          T.—No te ilusiones. Recuerda que estamos en el norte del norte.
         
Fortaleza Roja

          Postrado en la cama, el rostro demacrado, Tyron El Gnomo es atendido por Samwell Tarly, que luce su hábito gris de maestre con las consabidas cadenas formadas por eslabones de distintos metales.
          Sam—Si no dejas de beber vino, mi señor, tu hígado explotará como un artefacto de fuego valyrio haciendo arder todo tu cuerpo.
          Tyron se tapa los oídos y sacude la cabeza.
          T.—No me digas cosas que no quiero oír. ¿Es que no hemos tenido ya bastantes desgracias? Por los Siete Dioses que vamos bien servidos de calamidades. Hace tiempo la verga no se me levanta, y ya me hecho a la idea porque hay otras formas de dar placer a una mujer, pero no hay nada que sustituya a una buena copa de vino. ¡¿No pretenderás que, a mi edad me ponga a beber agua?!
          S.—Es por tu bien, mi señor. Te necesitamos más que nunca para que los Seis Reinos no sucumban al caos. La guerra.., las guerras han terminado pero hay muchas batallas que librar y el Rey se pasa todo el día absorto en sus visiones.
          T.—Sí. No se puede decir que sea un hombre práctico pero fue el que elegimos, y por mi culpa. Y a quien tenía coraje y corazón para gobernar la eliminamos. También por mi culpa. Deberían partirme en pedazos y echarme en un barril de hidromiel. Esa es la mejor muerte a la que puedo aspirar.
          Sam examina al enfermo palpándole el vientre y otras partes del cuerpo y al terminar lanza un suspiro. Tyron lo mira con expresión entre esperanzada y suspicaz.
          T.—Tú curaste a Sir Jorah Mormont del mal de la piedra, que es una enfermedad terrible. ¿No podrías sanarme a mí, que soy solo medio hombre..,o ya menos de la mitad?
          S.—Ojalá pudiera, mi señor, pero las ingentes cantidades de alcohol que ingieres han convertido tu hígado en una esponja tumefacta. Los demás órganos están en buen estado, pero el hígado es esencial para que todo funcione.
          T.—Pues si es sólo cosa del hígado, ve al corral, pilla al cerdo más gordo y lustroso que veas, le arrancas el suyo y me lo pones a mí. ¡¿No dicen que la carne de los puercos se parece a la nuestra?!
          Sam sonríe con indulgencia.
          S.—Es una idea estupenda, mi señor. Tal vez algún día sea posible ponerla en práctica, pero de intentarlo ahora sólo conseguiría mataros a vos y al mejor cerdo de la pocilga.
          T.—Márchate, que me pones de mal humor. Ah, y di que me traigan una jarra de vino. Del bueno, si es que queda.

 

 

 

 

 


 

 

Juego de tronos

Khunaleesi 

 

 

 
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