Buen estreno de Arantxa Echevarría que firma su primer largometraje después de una sólida trayectoria en el cortometraje y una incursión en el documental. ‘Carmen y Lola’ es una película arriesgada, por su apuesta estética, por el tema que trata (una historia de amor entre dos adolescentes gitanas) y por la inmersión y retrato que hace del universo gitano.
Todos los ingredientes pues para desatar una polémica a la que no voy a dedicar más de un párrafo. Gitanas Feministas por la Diversidad ya se encargó de arremeter contra ella tachándola de racista y caricatura comercial, acusándola además de propagar estereotipos machistas y opresores en las mujeres gitanas. Y todo esto sin haber visto la película, tal y como reconocieron en su comunicado. Imaginemos cómo debe de estar el gremio de abogados por el retrato que en muchas películas se hace de su profesión: tipos mentirosos, sin escrúpulos, etc. La discusión no existiría si por fin algunas personas aprendieran a diferenciar entre realidad y ficción. La ficción toma de la realidad los elementos que prefiere para contar una historia que conmueva al espectador. Nadie dice que todos los gitanos sean así pero Arantxa Echevarría ha elegido los personajes y elementos que precisa para contar la historia que quiere contar y para demandar desde la ficción determinados comportamientos que -huelga decirlo- no existen sólo en el universo gitano. También es una tarea del que ficciona tomar elementos cercanos para trascender los localismos y llevarlos a la universalidad a través de la mejor herramienta que tiene para ello: las emociones.
Dicho esto, ‘Carmen y Lola’ consigue traspasar todas las peculiaridades culturales, sociales y raciales para contarnos una historia universal. La historia del primer amor, de una amor adolescente que parece imposible porque hay demasiados obstáculos para que pueda materalizarse. ¿Les suena? Romeo y Julieta. Ni más ni menos. El amor adolescente y primario pero enriquecido con matices y detalles, elevando el conflicto un escalón más y trasladándolo a la actualidad, a nuestra época, con todas sus especificidades.
Arantxa Echevarría firma el guion, la dirección y la producción. Se nota. La factura del producto es sólida y se agradece ese todo con el que nos regala los ojos al espectador, haciendo que su mano esté siempre presente, una misma mano por la que pasan todos los procesos complejísimos que hay que atravesar para hacer una película.
En la primera parte, el primer acto de la película, Echevarría echa mano de su pericia en el documental, ofreciendo una panorámica detallada del universo gitano con sus costumbres y modus vivendi que colabora a contextualizar la historia que se nos va a contar después. Lo hace con un gusto exquisito, colocando la cámara en aquellos lugares desde los que nos puede contar más con menos recursos. La sencillez de su cine es uno de los valores de la cineasta.
No es hasta el segundo acto cuando arranca la historia -una vez presentados los personajes y planteado el conflicto- y entramos en la fábula, en la ficción propiamente dicha. La historia de amor ocupa, a partir de ese momento, todo el curso de la película que transcurre con sencillez y magisterio, en tono intimista, casi susurrado, con un naturalismo que por momentos exarceba de puro minimalismo, de pura necesidad de querer más. Se acerca, Arantxa Echevarría, peligrosamente a todos los tópicos del amor, se columpia cerca de ese abismo en el que sería fácil caer pero sale airosa de cada peripecia. Tal vez ese sea uno de los trucos de la película, una de las cosas que hace que funcione tan bien, abordar sin complejos los tópicos y hacerlo desde la verdad, sin artificio, algo a lo que colabora la elección de actores no profesionales (otro riesgo que corre la autora) para dotar de verosimilitud cada gesto, cada roce, cada mirada. En el apartado actoral matizar que, además de las protagonistas, brilla con luz propia Carolina Yuste, la única actriz profesional del elenco que aporta una frescura y una calidad que hace crecer a las actrices con quienes comparte plano. La elección de un elenco no profesional ayuda mucho a la autenticidad que destila la película. Me gusta la película porque me la creo. Me creo a los personajes, me emociona la elección de los escenarios que elige Echevarría para colocar sus piezas. Ese feísmo buscado, premeditado, de un extrarradio madrileño del que consigue sacar lo mejor y que ayuda mucho a resaltar la belleza de las amantes porque en un espacio tan feo es muy fácil resaltar lo hermoso.
Se ha colocado ‘Carmen y Lola’ en las antípolas de esa obra de arte que es‘La vida de Adèle’; por motivos obvios están en planos distantes. La ausencia de sexo de la película de Echevarría choca con la explicitud del mismo en la película de Kechiche. Ambas son necesarias y se complementan en la forma de contar la misma historia. Contenida y sugerente, ‘Carmen y Lola’ no tiene escenas de sexo, juega a la sensualidad desde lo que no se muestra. Y tiene su máxima expresión -en lo que a escenas explícitas se refiere- en la secuencia en la que Lola viste a Carmen. Sí, hay algo más erótico que desnudar a la persona que deseas, vestirla.
De estas sutilezas se alimenta ‘Carmen y Lola’ que nos conduce de la mano hasta un tercer acto donde se produce un efecto que no siempre funciona: trasladar el peso de la historia del protagonista (Lola) al deuteragonista (Carmen). Todo el tercer acto está marcado por la forma en que Carmen toma las riendas de la historia después de haber sido el personaje que más se movía a merced del viento levantado por otros personajes. Y funciona. Vaya si funciona. Es, probablemente, el momento en el que la película se rompe en sus certezas para volverse a cohesionar milagrosamente a través de la incertidumbre que genera ese futuro incierto al que se enfrentan las protagonistas.
Es prudente no contar más para que vayan a verla quienes no lo han hecho aún. A los que ya la hemos visto nos queda recrearnos en el regusto dulce que deja este cine de lo verdadero que encuentra respuesta en el espectador y que, tal vez ahora, tenga que enfrentarse a su próximo reto, conseguir que estas películas tengan más presencia en las salas y puedan competir con las grandes producciones. Hay un público deseoso de emocionarse con historias de verdad.