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ISSN 1989-4163

NUMERO 96 - OCTUBRE 2018

Memento Mori

Inés Matute

Todos los periódicos de actualidad económica nos recuerdan estos días que se cumplen ya diez años de la quiebra de Lehman Brothers, un banco centenario cuya solvencia venía avalada por haber sobrevivido al crash del 29 y a la Gran Depresión, pero cuya caída nos condujo a una crisis sin precedentes haciéndonos a todos más pobres e infinitamente más recelosos. Raro es encontrar a alguien que aún confíe en los políticos, en los organismos reguladores o en el sistema financiero internacional, si es que alguna vez estos colectivos se ganaron nuestra confianza. Diez años es una cifra redonda que invita a recapitular y a traer al presente infinidad de datos. Los expertos, incluso, se atreven a comparar el escenario macroecónomico que propició la quiebra con el escenario actual, poniéndonos sobre la pista de la debacle que está por venir por causa del sobrendeudamiento de los gobiernos. Los datos del año 2017 arrojan unas cifras de un PIB mundial de 80 billones de dólares y una deuda disparada hasta los 237 billones, ratios que indican que gastamos mucho más de lo que tenemos. El 37% de los bonos emitidos en Estados Unidos ya son basura. Diez años. Muchos aún se lamen las heridas; no parece que hayamos escarmentado.

Diez años desde la tristemente famosa quiebra y las 72 horas más dramáticas de Wall Street,  y veinte años desde el caso Lewinsky. ¿Quién no recuerda a la pánfila de Mónica mostrando el vestido manchado de esperma presidencial a modo de trofeo? Su sonrisa a lo Mona Lisa. El sonrojo de una nación. La dignidad de Hilary. En 1998 Clinton se vio obligado a una sesión de contrición delante de todo el país por haberse dejado lamer los bajos por una abnegada becaria. En Estados Unidos no se habló de otra cosa durante semanas. ¿A dónde se dirigía la nación, qué iba a ser del carismático presidente? Desde George Washington, en toda la historia de EEUU sólo ha habido dos causas para poner fin a un mandato presidencial: ser un sinvergüenza como Nixon o morir. Nueve presidentes vieron interrumpido su mandato por una de esas razones. Nixon dimitió y los ocho restantes murieron, la mitad de ellos asesinados. ¿Podría una felación añadirse a la lista de los “grandes motivos de ayer y hoy”? Cuesta recordar que Clinton reactivó una economía en franco declive, que gobernó con solvencia con una mayoría republicana en el Senado o que consiguió que Rabin y Afafat se estrecharan la mano. De Clinton nos queda la mamada y la idea de que tocaba el saxo en sus ratos libres. Y de Lehman Brothers y la época del café para todos, la quiebra.

No quiero ahondar ni en lo primero ni en lo segundo, pero no puedo evitar preguntarme -sí: la proximidad del otoño propicia pensamientos color sepia- por qué motivo seremos recordados cada uno de nosotros. Si alguna nimiedad morbosa se comerá los grandes logros, de haberlos, o una cotidianidad serena, que viene a ser lo más frecuente. El morbo parece ser parte de nuestro ADN junto con la necesidad de hacer leña del árbol caído. Ahí dejo la pregunta, y que cada uno se la responda como buenamente pueda.


Memento mori

 

 

 

 

 

 
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