Los que se matan
jamás son aquellos
que no quieren vivir,
esos apenas aprietan el gatillo
o tragan el veneno.
Los que de veras mueren,
los que en verdad se pierden,
son esos tipos aéreos
enamorados de la vida,
esa hembra estupenda
que cada tanto
les deja encendida
la luz en la ventana,
y que una noche
del carnaval menos pensado
se les suelta de la mano,
la pierden de vista
en el corso febril
de la avenida de los sueños.
Y corren, gritan, se desgarran
intentando reencontrarla
debajo de cualquier mascarita.
Hasta que tras el redoble
de lo que ellos creen
la última comparsa
se miran abatidos,
se tocan desolados
y se acuestan sin vida,
pretendiendo aliviarse
en la caricia trágica
de una puta de negro.