Autor: Francisco Ayala. Alianza Literaria. 2016. 720 páginas. 30 €
Lo afirma en la página 28 de este contundente volumen que publica Alianza Literaria el escritor granadino Francisco Ayala (1906-2009): “La biografía de un escritor son sus escritos mismos. En ellos se encierra el sentido de su existencia”. Sin duda, tiene razón. Pero no resultaría menos exacto decir que los admiradores de un gran novelista, de un cuentista de excepción, de un dramaturgo profundo o de un poeta excelso, perfeccionan su conocimiento acerca del mismo cuando tienen la fortuna de leer algunas de sus anotaciones íntimas, que enriquecen su visión de conjunto. Ocurre así con este tomo monumental que supera las 800 páginas (a las 720 de textos hay que añadir dos importantes anexos fotográficos, que se intercalan para dividir la obra en tres partes casi idénticas), donde el portentoso autor de Muertes de perro o El fondo del vaso se apresta al minucioso recuento de sus avatares vitales, de sus exilios y publicaciones, de sus lecturas y de las abundantes personas ilustres que conoció en su primer siglo de vida. Pese a ello, se resiste a dejarse llevar por un orden cronológico demasiado estricto porque, como aclara en la página 197, “no estoy tratando de escribir una autobiografía, sino de apuntar mis recuerdos tal como van surgiendo en la memoria”... Al principio, somos informados acerca de las escasas dotes administrativas de su padre, que lastimaron la economía familiar hasta llevarla a graves límites de aflicción y penuria, que provocaron que los años infantiles del futuro escritor y sociólogo estuvieran “marcados por los sobresaltos de la pobreza” (p.54). Luego, guiados por la inaudita lucidez y la narración deliciosa de Ayala, lo vemos acceder a las aulas de la universidad, lo vemos asistir a tertulias literarias, nos alegramos con la obtención de su cátedra y lo acompañamos, ay, en su exilio tras la guerra civil, en sus cursos dictados en varios países y en sus encuentros con intelectuales y políticos de toda condición. Los retratos que sobre ellos nos deja resultan siempre interesantes, sobre todo cuando nos aporta un ángulo distinto desde el que contemplar al personaje en cuestión, sea éste Ramón Gómez de la Serna (“Insoportable en el trato personal”, p.105), Pablo Neruda (“Era, además de un gran poeta, un político ambicioso, y como político incurrió más de una vez en la perversión de poner la poesía al servicio de sus fines”, p.345), Miguel de Unamuno (“Había adoptado una actitud y un atuendo de paleto, más que de provinciano, para construir su propio personaje”, p.431), Julio Cortázar (“Me consta, pues le conocí muy a fondo, que jamás puso en práctica ninguno de los recursos que de ordinario se emplean para lograr la publicidad”, p.594) o Rafael Cansinos-Assens (“Era un escritor de talla más que mediana; de ningún modo merece la oscuridad a que por último hubo de acogerse, el olvido en que luego cayó”, p.655), aunque tal vez la andanada más virulenta se la reserve a uno de sus antiguos editores, Losada: “Tuvo la avilantez de retacearme mediante varios trucos el pago de mis derechos de autor con un descaro tan grande que terminé por llamarle ladrón en su cara” (p.357)... El volumen, que está lleno de este tipo de viñetas, también lo está de bellísimas secuencias literarias, en las que Ayala demuestra la brillantez de su prosa y la magnética habilidad que despliega a la hora de elegir su vocabulario. Valga un solo ejemplo, entre muchos posibles. El narrador granadino se apresta a aportarnos su visión sobre tres regímenes bochornosos del siglo XX y utiliza esta fórmula: “Si el totalitarismo italiano era grotesco, y ahora el totalitarismo alemán era siniestro, el totalitarismo argentino sería abyecto” (pp.380-381). No hubiera podido exonerar del diccionario tres adjetivos más exactos.