No sé por qué la gente se aburre. En serio, no lo entiendo. Ni antes ni ahora, ni ayer, ni mañana. Mañana tampoco lo voy a entender, no pienses tú que mañana voy a ver la luz de la comprensión en estas lides. No, no, no, no, ni hablar. Sencillamente, no lo entiendo. Yo siempre encuentro asuntos provechosos, porque si me aburro, me entra sueño. Esa es la cosa, ¿qué te parece? Así es que yo, por si acaso, siempre activa. Venga a moverme. Y si no, me lavo los dientes. Ahí, ni te aburres ni te duermes, ni ná de ná. Sólo te lavas los dientes. Y punto. Que hay que estar pendiente de que no te caiga por las comisuras el churrete de la pasta dentífrica que se escurre, o podrías derivar en Linda Blair levitando. Y tendríamos un exorcismo en ciernes que no te cuento. Pero lavarse los dientes es una fórmula infalible contra el aburrimiento, la desidia y la posesión infernal. Y es un 2 por 1: te deja la boca fresquita y te entretiene. A mí me parece el invento del siglo, lavarse los dientes. No sé de qué siglo, porque tampoco me importa un carajo el día que un lumbreras dijo: “Vamos a lavarnos todos los dientes, va”. Pero bueno, que es un invento extraordinario, eso seguro. De verdad te lo digo, no es por apego al flúor.
La cosa es que sólo me entra sueño en la biblioteca. Y en invierno. En verano no. En verano me entran malas pulgas. Porque las bibliotecas son sitios con objetivo fijo. La función principal de la biblioteca pública es que te quedes frit@ o te pires cagando leches, según el período estacional. Tú vas, coges un libro y te sientas a leer. O a hacer los deberes del cole, si eres un mocoso y tienes 10 años. O a mirar la prensa del día (o la de 37 días antes, porque yo he visto en la biblioteca a un señor mirando rotativos de cuando la Toma de la Bastilla. Que te tienes que acercar y darle un golpecito en el omóplato, y decirle: “Oiga, esos sucesos están caducos, hombre de Dios. Yo le traigo la prensa de hoy, si quiere, que no me cuesta nada, y así se entera usted de cómo está la vida a día presente, ¿cómo lo ve?”). Total, que entras en la biblioteca en diciembre, y hagas lo que hagas, te entra sueño. ¿Por qué? Porque hace un calor de la hostia. ¿Por qué? Porque la calefacción está como le dio la puta gana a Lucifer esta mañana, y aquello arde cosa mala. Y como estás calentit@, te duermes. El “efecto sofá” de tu casa. Y si vas en julio a la biblioteca, no terminas de pasar por la puerta. Sólo entra la mitad de ti: un brazo, una pierna y medio semblante. Con eso, ya dices: “Ojú, qué frío”. Y te vas por donde has venido. Porque el aparato de aire acondicionado de la biblioteca es como una ruina pompeyana sin emerger a la superficie, pero con esa fuerza del Vesubio repartiendo a destajo cubitos de hielo en lugar de lava. Esa es la cosa. Lo de los libros es una excusa de las buenas para plantar en cada barrio un congelador urbano y un averno. Lo que pasa es que vacía, lo que se dice vacía y desierta, la biblioteca…pues no tiene mucho “qué”. ¿Y qué hacen? Pues meter libros. Venga libros. Venga tomos de papel. Y así andamos. Pero a mí me da igual, ¿eh? Con franqueza te lo digo. No es algo que me importe soberanamente. A mí me importa lavarme los dientes. Eso sí es cojonudo.
No me aburro nunca, yo. Mira, tú. Tengo esa capacidad innata. Viene conmigo, de serie. Soy un partidazo. De verdad que sí. Una mujer que no se aburre y encima se lava los dientes. Tú dirás. Porque hay mujeres que no se lavan los dientes, te lo advierto. Y si vas a besar a alguien, tienes que ir con braguitas limpias, dientes limpios, calcetines limpios y aroma de vainilla. Bueno, el aroma, si eso, tú misma, pero a mí la vainilla me parece la ambrosía total, el manjar de las deidades. Por eso digo aroma de vainilla. Pero si quieres llevar aroma de sciurus vulgaris, lo que viene siendo la ardilla común roja, tú sabrás, que eres dueña de tus fragancias. Bien, el tema es el siguiente: si alguna vez me viene un atisbo de aburrimiento, me pongo a pensar en cuestiones trascendentales. Por ejemplo, encuentro muy instructivo hacerme preguntas del tipo “mear fuera de la taza”. Lo de los hombres que mean fuera de la taza y no tiran de la cisterna una vez que han hecho pis. Y encuentro respuestas, no creas. Es lo bueno que tengo, que encuentro respuestas para casi todo. Por ejemplo, creo que cuando un tío va a hacer pis, como no tiene un objetivo inferior de placer grado éxtasis, apunta pero no apunta, ¿sabes? Quiero decir que un tío, cuando tiene una inquietud en su miembro viril, piensa en una concavidad, en una abertura, en mayor o menor medida. En un hueco, ya me entiendes. Y la taza del wáter es un hueco. Lo que pasa es que es un hueco considerablemente amplio, como para que 18 penes juntos se marquen una coreografía de hip hop. Y claro, no es lo mismo. El objetivo no es claro. Es grande. Demasiado grande. Y demasiado frío. Y rígido. No se adhiere al cuerpo cavernoso, ni al esponjoso, ni al tejido eréctil. La taza del wáter se queda ahí, quieta, intacta. Por mucho que el pene del tipo más impresionantemente formado del mundo haga pis en ella, la taza del wáter no le espera húmeda, calentita, musculosa y excitada. NO. Ya te digo yo que no es así. Y es por eso que los tíos mean fuera de la taza, porque la concavidad es inmensa y el falo va más perdido que un ocho, no sabe para dónde ir. Y ya está. Eso es todo. Duda resuelta. ¿ves qué fácil? Lo de no tirar de la cadena es la sencilla consecuencia de lo otro. No hay más. Un órgano viril frustrado que piensa, sin duda: “Bah, con lo que me ha costado…ahí te quedas, pis”. Y esa es la cosa.
No creas que soy la única persona con la que te has topado que no se aburre. Hay más. Incluso hay hombres que no se aburren. Pero esos no se preguntan cuestiones trascendentales como “por qué las mujeres hacen pis sentaditas y tan delicadamente”. No, no. Esos hacen otras cosas para no aburrirse. Por ejemplo, el marido de mi mejor amiga, cuando ve que se va a aburrir, le pregunta a ella: “Nena, mis calcetines azules de rombos…¿por dónde paran?” Y ella: “Pues estarán en el cajón de los calcetines de rombos o, si están sucios, en el cesto de la ropa sucia”. Y entonces él, coge su linterna de mirar calcetines y se va al cesto de la ropa sucia, a indagar, hasta que los encuentra. Y se los pone. Y sale tan fresco a tomar el aire con los calcetines sucios puestos. Y tú dirás: “Eso es una guarrada”. Sí, ya, pero… ¿y el tiempo que ha empleado el tipo para no aburrirse? ¡Ah! ¡Eso hay que contarlo también!
Mmmm…se me está haciendo tarde. Voy a ver si me aburro un poco. Adiós.