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ISSN 1989-4163

NUMERO 76 - OCTUBRE 2016

El Héroe

Paco Piquer

 

     

Allí está, en plena naturaleza, en la montaña, rodeado de árboles que, en silencio, contemplan su figura elegantemente vestida sentada en una piedra junto al camino fumándose pensativamente un cigarrillo. Unos metros más allá, su automóvil refleja en su brillante lateral las montañas que se alzan a lo lejos. El conjunto resulta un anacronismo para aquel paisaje más acostumbrado a excursionistas o montañeros ataviados con ropa de llamativos colores que atacan, a pié, los senderos que conducen a las cumbres más altas.

Ajeno a todo, el hombre piensa. Podría ser feliz. Es afortunado. Sin duda. Su esposa le adora. Ha puesto en ella y en sus hijos todo su empeño para procurarles una vida cómoda y segura. Su trabajo es reconocido y puede considerarse un triunfador. Tiene amistades influyentes fruto de sus éxitos profesionales y conserva a los antiguos amigos de la infancia y de la facultad con los que recuerda viejos tiempos en sus celebraciones esporádicas. No le puede pedir más a la vida y, sin embargo, se aburre. Se ha convertido en un hombre que vive solo aún rodeado de su familia o de sus compañeros de trabajo, sin un ápice de comunicación. No siente emociones que solacen su hastío. Su vida es como un encefalograma plano.

Hay días especialmente tristes en los que acostumbra a salir del trabajo con alguna excusa estúpida, tomar su automóvil y conducir sin rumbo fijo. Aquel día se dirige hacia las montañas bordeando la costa. Las grises encinas y los oscuros olivos acompañan al camino tortuoso y sombrío, acorde con su estado de ánimo. En la radio del coche un “divertimento” de Mozart ayuda a crear una atmósfera sosegada. Conduce despacio, suavemente. Kilómetros y kilómetros. Nadie le espera, es un ser anónimo. Acelera y frena. Su única obligación es mantener el automóvil en su ruta. Se ha detenido y fuma un cigarrillo sentado en una piedra junto a la calzada.

Por el recodo del camino aparece de pronto la figura de un hombre que camina directamente hacia donde se encuentra. Viste una ajada chaqueta de pana y unos sucios y gastados pantalones. En su mano lleva un hatillo de tela. Debe ser un campesino que trabaja en los alrededores –intuye– mientras el hombre llega a su altura. Le pide si puede acompañarle al pueblo próximo.

- Amenaza lluvia –añade– y pronto oscurecerá.

Accede y ambos suben al automóvil. El hombre se recuesta en su asiento y suspira largamente. Es evidente que está cansado. La jornada debe haber sido dura y no es ya un joven –piensa mientras sigue conduciendo.
Siente de pronto la sensación de que algo va a suceder, un desasosiego que le produce la presencia del campesino, que ha comenzado a explicarle que es especialista en la poda de palmeras y que camina de finca en finca acondicionando los árboles que lo precisen.

– Y todo con este machete. No necesito más herramientas –dice, mientras desenvuelve el hatillo que descansa en sus rodillas y muestra un enorme cuchillo curvo y dentado rematado por un mango de madera.

La visión del machete le produce una extraña inquietud. Ignora las explicaciones que, sobre su trabajo, le está dando el hombre y se imagina que a su lado se sienta un malhechor, un asesino, que huye después de haber cometido quien sabe que horrendos crímenes con aquel arma. Su inquietud, increscendo en su imaginación, va tornándose en temor, en miedo, en un terror que bloquea sus reacciones, que le provoca náuseas y le impide conducir. Aquel hombre podría matarlo allí mismo y abandonar su cuerpo descuartizado en el bosque para que lo devorasen las alimañas. Desaparecería sin dejar rastro.

El brusco frenazo hace que el campesino salga violentamente despedido hacia el cristal delantero.

- ¡Salga inmediatamente del coche! –le conmina histérico- ¡¡Bájese le digo!! –El hombre no entiende nada y balbucea:

– Pero si estamos llegando ¿Qué le sucede? ¿Acaso le he molestado? -pregunta mientras abre la puerta y sale del automóvil.

Atónito, de pie en la calzada, contempla como se aleja a gran velocidad.
Conduce ahora como un loco, como un poseso. Las ruedas chirrían en cada curva y no ve más que el momento de abandonar aquellos parajes que, con la llegada del crepúsculo se han vuelto oscuros e inhóspitos. Rememora el extraordinario acontecimiento que acaba de sucederle. Cuando se lo cuente a su familia no podrán dar crédito a sus palabras.
Abre la puerta de su casa casi con violencia. Su mujer sale a su encuentro, preocupada por el ruido inusual. Uno de sus hijos se asoma a la escalera que sube a los dormitorios del piso superior.

-¡¡No os podéis imaginar lo qué me ha sucedido!!

Esa noche, por fin, podrá transmitir una emoción. Esa noche, por fin, su soledad podrá ser ocupada por un sentimiento compartido.

Esa noche será, el héroe.



 

 

El héroe

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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