De un tiempo a esta parte, nuestros políticos y sus «teatros» cada vez me aburren más, por lo que mi acto reflejo cuando aparecen en pantalla se ha convertido en el mismo de cuando lo que se muestra es Sálvame, GH o escatologías similares: cambio de canal de inmediato. Cualquier cosa mejor.
Pero el esperpéntico espectáculo que están dando este año con la repetición de las elecciones –que no han supuesto ningún cambio electoral– y unas probables terceras elecciones me fuerzan moralmente a lanzarme al ruedo de la opinión política a fin de intentar demostrar que este camelo que nos han vendido como «democracia» en el fondo va a conseguir convertir en buena la denostada «democracia orgánica» franquista que sufrimos durante casi 40 años.
Y el caso es que la cosa comenzó bien. Tras la dictadura, los políticos de entonces anhelaban una democracia teórica que los intelectuales llevaban décadas alimentando. Por otro lado, el miedo a un nuevo levantamiento militar les hacía caminar con pies de plomo sobre la esfera social. Durante unos años, el «prohibido prohibir» fue el lema y la realidad española y ¡cómo no iba a gustar eso! Siendo sinceros, no cabe duda de que el desmantelamiento del puritanismo que doña Carmen había impuesto en el país ganó muchos a la causa. Por fin en España se podía ver y practicar el nudismo. No hubo actriz que no se apuntara al destape y dejamos de tener que viajar a Perpiñán a ver El último tango en París y Emmanuel. De un extremo al otro: nuestros quioscos se convirtieron en los mayores expositores pornográficos de la Europa occidental. Sí, en aquellos primeros años la libertad no fue una entelequia, sino una realidad palpable en el día a día para todos los ciudadanos. Los únicos que no se enteraron fueron los de ETA.
Hasta el fallido golpe de estado de Tejero. Tras 24 horas en que nuestros políticos y parlamentarios pasaron más miedo que vergüenza, comprobaron que la democracia estaba consolidada. Y a partir de ahí se han dedicado a prostituirla hasta convertirla en una puta de callejón. Abrieron la veda de las comisiones y las corrupciones, y durante treinta años esto ha sido «barra libre». No ha habido ningún partido cuyos cargos no se hayan enriquecido escandalosamente, y hasta apenas cinco años, se tapaban los unos a los otros. Afortunadamente los fiscales y los jueces abrieron la veda y ahora ha quedado público y notorio que son unos delincuentes. De otra parte, amparándose muchas veces en una seguridad que nunca será completa –gracias a los asesinos de ETA y el DAESH– nos han ido cercenando nuestras libertades, en un ejercicio de maestrillo de escuela obsesionado por imponernos en nuestra vida pública y privada su concepción de la vida, exigiéndonos por ley lo que tenemos que hacer y lo que no podemos. No nos hemos percatado, pero vivimos bajo el horrísono «mundo feliz» de Huxley.
Los tontos útiles de los españoles votamos una ideología y un programa, y luego resulta que los partidos se los pasan por «el arco del triunfo». Las derechas suben los impuestos, las izquierdas nos recortan los derechos (bajaron las indemnizaciones por despido), nos meten en la OTAN cuando clamaban lo contrario un año antes, todos ellos mantienen nuestras tropas en conflictos armados más que dudosos… Pero por desgracia, somos cainitas y votamos para que no gane «el otro». Su corrupción llega a tales extremos que ya son varios los partidos que se han tenido que autodisolver –CIU, UM; llegaremos a verlo con el PP y el PSOE– para, simplemente cambiando sus siglas, volver a la palestra en una jugada de trilero que el ciudadano no se merece. Y el voto es tan cautivo que les siguen votando los mismos. ¿Democracia? Llámale de otra manera. Esto es una caterva de sinvergüenzas que tendrían que estar todos en la cárcel.
Y por si fuera poco, nuestros representantes políticos han ido derivando hacia una tiranía del líder. ¿Para qué diantres votamos a partidos –y no personas, salvo en el Senado, que no sirve más que para pagar sueldos y gastos suntuarios a una panda de golfos– si, como nos han dejado claro este año, los partidos son una farsa. En ellos se hace lo que mande el líder, sea sensato, estúpido o, tal y como viene sucediendo este año, contra los intereses de los ciudadanos. Lo importante son ellos, lo que suceda con el país, han demostrado –en esta ocasión con un desparpajo indignante- que les importa una mierda. ¿Es eso democracia? No me hagas reír. Le ponen esa etiqueta pero nuestra forma de ser gobernados es una partidocracia que apenas disimula el tufo de la dictadura. La única diferencia con la de Franco comienza a ser que aquí, cada cuatro años nos crean la ilusión de que somos los ciudadanos los que elegimos el dictador para ese período.
Solo me consuela la constatación que estamos teniendo muchos españoles de que sin Gobierno ni leyes, el país está mejor que bajo su dirección. Ojalá se fueran todos a su casa y entrara gente limpia, no como los recientemente surgidos, que apenas disimulan.