A Watson le gustaba escupirle a la Sra. Hudson en la entrepierna para lubricarle la vagina antes de penetrarla.
Ella protestó por esa falta de delicadeza y le puso el ejemplo de introducirle a él su pene en una olla con guisado de ternera con patatas y cominos recién sacado del fuego.
Él no encontraba sentido a la analogía, aunque no se lo dijo, porque tenía por costumbre no corregir a una mujer mientras le hace el amor; por eso volvió a escupirle, porque además esa noche estaba especialmente excitado y, habida cuenta del ocasional tamaño de su pene, pensaba que le dolería si se lo introducía de golpe.
Ella añadió que un buen guisado de ternera le ayudaría a prevenir la eyaculación anticipada y que las patatas, bien chafadas, también le ayudarían a que fluyera el flujo sanguíneo de los testículos, para favorecer el tránsito de los fluidos.
Watson estaba apasionado y la agarró por los tobillos y, estando la señora Hudson tumbada desnuda sobre la cama, le levantó las piernas lo más alto que pudo para taparse los oídos con los pies de ella, por tanto como gritó al penetrarla.
Ella insistió en lo del guiso, explicándole que unas buenas patatas lo ayudarían a eyacular por el ano.
-¿Qué ha dicho, señora Hudson? –por primera vez había atraído su atención.
-Que en Gales emplean el guiso de cominos, aderezado con pimienta negra y mucho romero, para que los hombres se corran por el ano.
-Eso es fisiológicamente imposible... –estaba desconcertado, sobre todo porque la consideraba una mujer sensata y nada entregada a las fantasías o, peor aún, a las mentiras.
-No sabría explicárselo para que me entienda con palabras, porque no soy médico, pero si quiere probarlo, espéreme, enseguida vuelvo.
La mujer regresó de la cocina con un plato humeante en la mano, recién sacado del fuego.
-Sóplele, señora Hudson, que el guiso viene caliente y tengo delicada la lengua.
-¿Qué parte no ha entendido cuando le he dicho que si volvía a escupirme le iba a meter los huevos en una olla de caldo hirviendo? –le dijo, mientras volcaba el plato sobre la entrepierna de él, rebotándole en el prepucio y salpicando las sábanas y los muslos del hombre, que gritaba.
Watson, en ese instante de dolor, se acordó que en Gales se ríen de los ahorcados cuando defecan colgando de la cuerda y todo el público les grita: ¡Ya se han corrido por el culo! A eso se refería la señora Hudson, pero ya era tarde para contenerse él mismo, centrados todos sus esfuerzos en apartarse las patatas que le perforaban la piel de los testículos, quemando como brasas.