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ISSN 1989-4163

NUMERO 66 - OCTUBRE 2015

Checoeslobalkania (I): Tierno Bárbaro 

Luis Arturo Hernández

 

   Nota del editor: Tras “La broma está en otra parte”, reseña sobre Contra la juventud,  novela checa escrita en español por Pablo d’Ors  y que podría considerarse el nº 0 de esta serie, se inicia CHECOESLOBALKAKANIA,  destinada a comentar las literaturas europeas centro-orientales, siendo sus puntos cardinales la literatura checa y la serbia. En una palabra: “Checoeslovalaquia”.
                                                                                                                                       
                                                      ZOOMBADO
        (Tierno Bárbaro, de Bohumil Hrabal. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2014.)
                                                                                                                                                                          
      “Cómo no pudisteis percibir, señores académicos, que Bohumil Hrabal fue el más innovador y vanguardista de los prosistas del siglo XX, sin tener, oh milagro, nada que ver al mismo tiempo con esa pandilla de vanguardistas bárbaros, con esa canalla venal, que aparte de un par de imitaciones de los gags del Cabaret Voltaire de Zúrich no sabían qué soltar.”
                                                            Pawel Huelle, Mercedes-Benz

      Vídeos de primera o Zoombados, el slapstick o la cámara rápida del cine mudo, los collages de Jirí Kólar y las aventuras del soldado Svejk serían referencias aproximadas ante este título de Hrabal, de 1973, en homenaje su amigo el artista Vladimír Boudník.

     Rebobinemos: ese encadenamiento, sin solución de continuidad, de descalabros que tanto ha proliferado hace años en la televisión; los gags de cine cómico a toda velocidad —“Joder, menudos gags. No se le ocurriría ni a Chaplin…” (p. 12); “toda esa hermosa película muda, una pantomima” (p. 84)—; los puzles de secuencias narrativas —“Tiras cómicas, ¿eh?” (p. 26)—, trasunto de la estética del artista checo Jirí Kolár, y el relato de taberna del charlatán y tonto-listo checo, el tontiastuto soldado Josef Svejk, podrían servir para caracterizar esta reconstrucción biográfica del vanguardista checo Boudník, suicidado en 1969 tras la invasión de su país por los soviéticos, por parte de Hrabal —a la sazón inhabilitado tras la “Primavera de Praga”, dos años antes de su “autocrítica”—,
que responde al oxímoron Tierno bárbaro, que le da título como frontispicio grotesco.  

                  ¿Y QUÉ SERÁ AHORA DE NOSOTROS SIN BÁRBAROS? 
 
      “Pero al verle las lágrimas seguramente comprendió que aquello que había estado oyendo no era risa sino ese raro sonido que en ciertos seres humanos se produce en ocasiones muy insólitas y que, acaso por precariedad de la lengua, uno se empeña en clasificar como risa o como llanto; porque es el resultado de una combinación monstruosa de hechos suficientemente dolorosos como para producir el llanto (y aun el desconsolado llanto) y de acontecimientos lo bastante grotescos como para querer transformarlo en risa. Resultando así una especie de manifestación híbrida y terrible, acaso la más terrible que un ser humano pueda dar.”
                                            Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas (p. 25)

    Pero Tierno bárbaro eleva a la enésima potencia el estilo grotesco festivo de Hrabal, en un relato que, acaso haciéndose eco del “explosionalismo” del propio artista checo —“no sólo demostró que la explotación del hombre por el hombre es parte del pasado, sino que abolió en nombre del explosionalismo artístico incluso la lucha de clases” (p. 9) y que “estábamos condenados  a vivir a costa del Universo y de la Belleza” (p.70)—,  acumula piezas intercambiables del anecdotario chusco, extravagante y disparatado de Boudník, como esquirlas, en una estructura no ya invertebrada, sino azarosa, atomizada y caótica, que se podría alargar o acortar en función de la cantidad de cerveza disponible y sin más punto final que la secuencia del suicidio —“[…] intentó cometer otro de sus suicidios; esta vez, sin embargo, su tentativa tuvo éxito” (Zgustová, Los frutos amargos del jardín de las delicias, 1997: p 205)—, conjurado con la ouija de una jarra cervecera.

   Grotesco, en el sentido más carnavalesco que atribuye Bajtin a tal categoría estética.

Porque Tierno bárbaro transciende lo cómico y lo trágico en la síntesis del esperpento —“Vladimir atornilló dos enormes espejos de restaurantes cerrados, espejos por toda la pared, así que quien miraba desde el patio siempre se asustaba al ver a Vladimir o a mí dos veces o una enorme multitud, mientras que sólo éramos tres” (p. 57)—, superación grotesca de la risa y el llanto —“porque la imagen era tan trágica y sorprendentemente bella que enyesaba e inmovilizaba los miembros de todas las personas sensibles”(p. 41) —, empezando por el propio título de esta elegía en prosa. Porque se hace saltar por los aires los tabúes, si no universales, sí occidentales: obscenidad, escatología y necrofilia, llevados hasta su última con/secuencia en la propia muerte. Y porque en una vida hecha obra de arte, Boudník reivindica un vanguardismo de “rostro humano”, a través de un arte de la comunión entre la materia industrial y todo lo creado —“[…] igual que yo con todos esos residuos de la fábrica voy como una bala por el grabado hacia los ramalazos más elevados de mi espíritu” (p. 51)—, y materialista —convocado a materializarse por Hrabal como un Golem proletario—, que aspira a una suprarrealidad —“[…] nos dio clases de surrealismo, de Dostoyevski […]” (p. 58)—, en la que concurran la liberación de la enajenación mental burguesa del individuo y la liberación de la alienación social capitalista, de esos dos discursos paracientíficos —sendas novelas-río del siglo XX— que son el psicoanálisis —léase el siguiente párrafo— y el marxismo: adoctrinamiento, en el ideario comunista, del artista, Hrabal o el poeta Bondy, que (¿leales herederos de Svejk?) asumen el poder totalitario —“Dos figuras del pensamiento materialista, dos Cristos disfrazados de Lenin” (p. 95)—, salvo en la intervención imperialista soviética —“porque vinieron los ejércitos amigos para liquidar lo que aquí había […]” (p.119)—.

   Y quizá un eco del obrero grabador proletario hay en la propia producción de piezas cuasi industriales del anecdotario, cortadas por el mismo patrón —del Doctor Hrabal—: pasaje del hiperestésico iconoclasta visionario —Ello—, filtrada por el Yo narrador —ego de Hrabal—, y censurada, como moraleja, por un superEgon —Bondy—, celoso y orientaloide —“¡Lo han organizado para humillarme! Yo llevo una semana trabajando en el budismo zen […] y ustedes me vienen con un happening" (p. 107)—, trotskista —“como marxista de izquierdas [¡vaya ironía!], en estado de revolución permanente” (p. 104)—,  un Carablanca —¿o el Estra(E)gon de Esperando a Godot? — que reprendiera, sabihondo y desesperado, a su Augusto —¡a Vladimir! (¡Caramba, qué coinsidensia!)—

                                               ¡QUÉ HRABALIDAD!

        “Nietzsche preguntó dónde estaban los bárbaros del siglo XX… ¡Vladimir! Un bárbaro del siglo XX que navega por las aguas frías del arte y las aguas calientes de la ciencia, como dijo Dalí. Vladimir…”
                                                  Bohumil Hrabal, Tierno Bárbaro (pp. 69-70)

   Si en La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, novela escrita el mismo 1973, el personaje del tío Pepin había encarnado la intrahistoria carnavalesca checa, logorreica y atrabiliaria, dentro de un marco narrativo tierno e irónico, el relato grotesco de una vida grotesca parece acercarse a las postrimerías del género —como le ocurre a la picaresca española con la Vida del pícaro Estebanillo González, cuando López de Úbeda narra de forma picaresca la vida de un pícaro auténtico, ambientada por cierto en la Guerra de los 30 Años en tierras checas— y tamaña sobredosis de pasajes, a cuál más disparatado, en su melopea de humor “verdimarronegro”,  lleva al límite de la “explosión” la biografía de Boudník, agotando por hipertrofia y sobredosis el género, como le ocurrió, salvando las distancias —pero no tantas—, a la mencionada picaresca, a comienzos del s. XVIII, cuando Torres de Villarroel le diera la estocada definitiva con su propia Vida picaresca.  

   No se nos antoja, pues —desde este consulado txoko-eslobasko del Imperio autrigón-navarro, remedo anacrónico (hasta en su águila negra monocéfala) del expansionismo imperial austro-húngaro—, como la mejor forma de iniciación a la narrativa de Bohumil Hrabal este “rompecabezas” caleidoscópico —“Piensa en Vladimír Boudník, en el clavo en que su amigo tantas veces intentó suicidarse, hasta que se salió con la suya; tiene la sensación de que el clavo se le va hundiendo en la cabeza, poco a poco, que perfora su cráneo, se hunde en su cerebro…” (Zgustová, Los frutos: 215)—. Y menos, la réplica de ese “clavo” que deja en la cabeza del lector, a punto de “explosionalismo”, el resacón de cerveza de 12º del evocado zoombado. ¡Qué hrabalidad! ¡Qué barbaridad!, quiero decir.

 

 

tierno bárbaro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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