Otoño y Castañas
Rosa Mª Ortega
Me he metido una leche esta mañana que no te haces una idea del bochorno. Y si te la haces, no te la haces bien. A las 11 horas 12 minutos cabal. Bajando el primer tramo de escalera del primer piso del centro médico, que a buenas horas se me ha ocurrido entrar, porque a mí no me pasa nada malo. Bueno, después del porrazo, no sé. Era mi padre quien estaba en la sala de espera, esperando. A ver, qué va a hacer sino alguien en una sala de espera. ¡Pues esperar! Esto no te importa, pero te lo digo como dato añadido porque me apetece y me pillas de buenas pulgas: la enfermera tenía que quitarle los puntos de sutura de una hernia inguinal. Y yo, que pasaba por la puerta, impávida, he tenido la portentosa idea de subir a verle. A mi padre. La enfermera a mí me importa cinco estufas de invierno. Ya ves tú si no es más coherente en la vida visitar a tu padre en su casa, y no en la consulta del médico. Pero yo, como ya se sabe que de normal, lo que se dice normalidad en su santos cojones, no ando muy sobrada, he tenido ese antojo. Preñada no estoy. Que lo sepas. El caso es que ya me iba. Ahora no, ahora me quedo hasta que termine el texto. Esta mañana, digo. Que me iba del centro de salud cuando me he acordado de que llevaba puestos unos botines de buten que me compré la semana pasada, y me parecía que la suela del pie izquierdo tenía una ligera tendencia a patinar por un clavito de punta redonda que sobresalía un huevo. Y entonces, he vuelto y, aprovechando que mi padre aún esperaba sentadito su turno, le he dicho: papá, ¿luego te llevo la bota y me la arreglas? Y ha sido al bajar la escalera que la culada ha sido de cine. Jo, todo el personal sanitario con sus batas blancas ha venido a socorrerme. He sido como la Gilda Rita Hayworth, sólo que en lugar de guantes, llevaba una bolsa con pimientos verdes y ciruelas glamourosas (que venía de hacer la compra, qué quieres que haga). Total, que menos mal que me he caído en el centro de salud, porque si me llego a abrir la cabeza o quebrado una pierna o contracturado el coxis o entrado en coma resbaladizo, habría tenido una suerte babilónica de poder contar con un doctor allí mismo que me auscultase y me tomase las constantes vitales y me reanimase ipso facto sin problema ninguno. Y si hubiese sido un doctor hermoso y musculado, mejor, pero eso no lo he descubierto porque sólo me he hecho un rasguño de mierda, de 2 milímetros, en la mano derecha, así es que he ganado un ridículo galopante y he perdido un ligue facultativo, ¿qué te parece?
Pues así estamos. Pero bien, ¿eh? Feliz, en su punto. Siempre que me doy una hostia pienso en cómo sería darme esa misma hostia en otro contexto. Por ejemplo, delante de un tipo bello en la caja del súper. Te lo digo porque hasta hace 3 días, me había colgado de un cajero monísimo, aunque rematadamente joven y creo que insobradamente preparado para mí (que para mí hay que estar preparado: NO, lo siguiente) Y oye, si me llego a dar el costalazo en su napia, habría sido infinitamente más garrafal y peor. Por la calle, por ejemplo, caminando, con ese estilazo que yo tengo y el aire de pasmosa seguridad que gasto en ademanes elengantones. Si te caes en la calle, eso es la ruina. A ver cómo te escondes de las pestañas ajenas, porque tu ojo no ve las tuyas, ¡pero las de los demás sí! ¿Qué haces? ¿Te levantas del suelo tal cual, así, como por ensalmo? ¡Ja! Si eres un experto en leñazos, vale. Pero si eres novicio, te quedas ahí un poco más de rato, aturdido y rojo como el pimiento morrón. Bueno, también te puedes meter un guarrazo saliendo del cine, por ejemplo. Y eso sí que tiene proporciones épicas. Porque ya sabemos que al cine vas acompañado (a poder ser), y si te metes un costalazo, es altamente probable que tu plan, que va contigo en ese momento y sufre igual, no en carnes pero sí en sofoco, decida que no te llamará más. En cambio, un culetazo en la escalera del centro médico es distinto. Ahí el público asistente no está pa'chotearse de resbalones, y más bien te pregunta: Nena, ¿te has hecho algo? Y tú, que hace 4 meses te hiciste un esguince intercostal, vete a saber cómo, pero te lo hiciste, y tu reposo te costó, te acuerdas de él y crees que resucita con la leche que te has dao ahora, y le dices al señor: En el meandro, un poco. En la curva, vamos. En el recodo. En la sinuosidad de la derecha. En el costado, ¿me entiende usted? Pero no es nada, ¿ve cómo me levanto? Ala. Ya está. Y te sacudes, das las gracias, coges tu bolsa de ciruelas y pimientos y te vas. Bajando por donde has subido. Y eso es lo bonito de darte un castañazo. Pistonudo.