Opiniones Robinsonianas (XVIII) - A Favor o en Contra
Mª Ángeles Cabré
Al cumplir los cuarenta, uno empieza a entender que ir en contra de las cosas no tiene sentido y que, por el contrario, es yendo a favor de ellas donde puede uno/una alcanzar sus objetivos. O al menos eso me ha sucedido a mí, que nací muy refunfuñona, y parece que le haya sucedido al independentismo catalán, que está dando un ejemplo de excelente organización y mejor marketing que ya quisieran para sí los ecologistas, los pacifistas, las feministas (entre las que me incluyo, aunque sea también pacifista y ecologista) o cualquier otro grupo de personas reunidas en torno a una idea común.
¿Para qué luchar contra el capitalismo si se puede luchar a favor del anticapitalismo, para que luchar contra los combustibles fósiles cuando se puede luchar a favor de las energías renovables, para qué ir contra el patriarcado si se puede ir a favor de la igualdad de género? Me dirán que es lo mismo y les diré que se equivocan: ¡de la úlcera de estómago a la sonrisa perenne hay un abismo! Y quienes tenemos tendencia a divisar de lejos las injusticias, creer en nuestro derecho a exigir el buen funcionamiento de las cosas y no tolerar abusos, lo sabemos mejor que nadie. Cansa ir por la vida poniendo reclamaciones, riñendo a los camareros que pasan de ti olímpicamente y pidiéndole al caballero rumano que atrona con su acordeón el vagón de metro que se vaya, nunca mejor dicho, con la música a otra parte.
¡Aleluya, los miles y miles de libros dedicados al algodonoso mundo de la autoayuda, donde básicamente se dicen obviedades, han servido de algo y los centenares de coaches que han aflorado como setas en los últimos tiempos no están precisamente en el paro! Al menos en Cataluña, donde por lo alto o por lo bajo un millón y medio de catalanes (no nos ocuparemos aquí de la espinosa cuestión de los recuentos) comparten ahora un sueño. En Madrid y alrededores parece que esos libros tienen poca salida y que los coaches se comen los mocos. Y es una pena, porque no facilita nada el diálogo. Por no hablar de que, dejando de lado las inevitables manifestaciones de carácter luctuoso (como fue el caso de la más que multitudinaria celebrada en Barcelona con motivo del asesinato de Ernest Lluch), las que obtienen mejores resultados son aquellas de carácter optimista.
Y es por haber sabido trocar el enfado en ilusión que ahora arrasa entre la población la opción soberanista, que hasta anteayer lastraba una notable carga de pesimismo. Por eso, y no por otra cosa, el independentismo catalán luce una cara tan saludable y los que están contra el independentismo parecen arenques en vinagre. La prueba del algodón es que las amables gentes con que yo trato en el enclave rural donde vivo están encantados sabiéndose partícipes de un movimiento civil pacífico, compartiendo con centenares de miles de personas ideas y sentimientos; mientras los que piensan distinto y creen en la unidad de las Españas (¿las Españas?) tan sólo gruñen y no ofrecen nada, como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. ¿Por qué no se animan al menos a ensalzar el chorizo pamplonica y las yemas de Santa Teresa, el cochinillo de Segovia y el jamón de Guijuelo?
Bien es cierto, como escribía el sabio Jordi Llovet en El Quadern de El País (“Política i religió”, 18/09/2014), que las últimas tres Diadas no han sido otra cosa que liturgias masivas y que dicho movimiento no deja de ser una “religión de sustitución” (como nos recuerda que la llama la sociología). Cierto, ciertísimo. Pero todos los movimientos de masas de algún modo u otro lo son; por el contrario, no hay más religión en seguirse a un mismo que el afán de ir por libre. Y si casi todos, enemigos acérrimos de la soledad, necesitamos vivir bajo el paraguas de algo parecido a la religión, mejor que consagremos ese instinto a intentar ordenar nuestro presente, que ya son muchos los que adoran dioses que sólo existen en su imaginación o mismamente a sus ídolos futbolísticos.
No creo que perseguir como la marea blanca una buena sanidad o como la verde una buena educación, ni tampoco una España centralista o una España federada o una Cataluña aliada de España pero no convertida en mera autonomía, sea peligroso en ningún caso, o al menos no más que ir a buscar a Lourdes remedio a algún mal incurable o ponerse cara a la Meca para que Alá nos proteja. Claro que, ¿qué pueden parecernos los manifestantes de uno y otro signo si el deporte practicado por el gobierno, por un lado, y por los medios conservadores, por otro, es negar la realidad? Déjense de kate surf, de paddle surf o de flyboard…. Ahora el deporte de moda es negar la mayor y decir con toda la cara dura que ya se avistan mejoras sustanciales en el horizonte; un método ideal para convencer a la gente de que no hace falta salir a las calles, ni cambiar la constitución, ni abogar por una nueva concepción de Europa, y también muy adecuado para acabar dando con los huesos en un psiquiátrico.
Quienes nos mandan con la ceguera de los rocines que dan vueltas a un molino, se hacen los suecos para que a esta crisis cruel propiciada por un capitalismo sin escrúpulos y por la mala gestión (su mala gestión) de los recursos públicos, que se ha traducido en paro, hambre y miseria, le suceda como al traje del emperador, que sólo lo veía quien fingía verlo. Por no importarles, no siquiera les pesa la evidencia de que en un país vecino, Escocia haya podido votar democráticamente con qué reglas jugará los próximos años de su historia. Aluden a no se sabe qué sacrosantos impedimentos legales y al azote de un tal Atila llamado Artur (cuyo nombre pronuncian curiosamente a la inglesa), quien quiere romper lo que el Cid Campeador tanto luchó por unir. ¿Deliran? Creo que sí. Nadie en su sano juicio se pone a recomponer (a “reconquistar”) aquello que tan fácilmente ha dejado desmoronarse en las últimas décadas. Pero ojo, amigos de la inmovilidad y la adoración de los crasos errores de la Transición, que el problema va más allá de Cataluña y de una cuestión meramente territorial.
Antes o después habrá que entender que al igual que el mayo del 68 fue propiciado por una crisis económica y le dio el golpe de gracia al imperialismo, sobre el disfuncional capitalismo salvaje se cierne la espada de la razón y el bien común, la democracia participativa y el exigente control de los mecanismos que propician desde los abusos de poder hasta la corrupción política. Y como dicen los manuales de autoayuda, habría que irse aplicando el cuento de “piensa bien y te sentirás mejor”.
Me llega de la librería anticuaria asturiana Galgo, a modo de obsequio, un encantador opúsculo con el Breve discurso sobre las operaciones que el hombre incombustible ha manifestado al público en Madrid, año de 1806 . Se narran en él las aventuras de Faustino Chacón, hijo de un quincallero e incombustible al fuego. Créanme todos si les digo que los sueños son siempre incombustibles, pero las pesadillas tienen fecha de caducidad y la nuestra, nuestro 25% de paro y la creciente desigualdad social, algún día caducará.