El Infierno
Juan Planas
De un repugnante saco de músculos artificiales, violaciones a niñas, ensaladas de barbitúricos y anabolizantes (en el lugar exacto del cerebro, como mínimo) a otro de agresiones racistas a cuchillo y cruces gamadas. Más músculo desperdiciado. Más humanidad echada a perder. Más basura que hay que ir recogiendo como se pueda, pero a toda prisa, con urgencia, sin escatimar en medios, sin dejarse confundir por la maraña convulsa de los hechos, el por qué reconvertido (y reconvertible) de los sicólogos o la balsámica indiferencia de los que no aspiramos a juzgar a nadie, salvo a nosotros mismos.
Es así como la mierda se nos acumula; hemos pasado del presunto violador de Madrid al descontrolado agresor de Lleida, pero nos faltaba, todavía, la irrupción del último video de los monótonos guionistas del terror de Estado Islámico y su guerra de todas la guerras en el corazón mismo de una actualidad repleta de heridas y gangrenas, la incurable infección de los días y las noches del Ébola colectivo sin otra compañía que la fiebre y los vómitos, el espanto generalizado.
Quizá la locura sea no afrontar la realidad, sino por sus síntomas en vez de por la atenta lectura de sus entrañas. Pero no hay tiempo para según qué lecturas, introspecciones, vigilias, disecciones. Quizá la vida pase tan rápida que no haya ni tiempo, de hecho, para que se cumplan totalmente las condenas que merecerían durar la eternidad entera de un auténtico Infierno bíblico y no un simple racimo de años a la sombra tutelar de la paupérrima justicia humana.