Confidencias
Juan Planas
Quizá el tiempo sólo sea la continuidad imaginaria de cierto estado de vigilia, la conciencia (a menudo, inverosímil y fragmentaria) de un espacio físico más o menos determinado que va dando tumbos según un guión maestro cuyo sentido final ignoramos. Las cosas cambian con nosotros, nos mejoran y degradan, nos envuelven de luz y sombras amenazándonos, paradójicamente, con convertirnos en otros o en nosotros mismos. Lástima que no siempre lo logren.
Fue en septiembre de 2003 cuando publiqué mi primera columna. Desde entonces, sin más interrupción que una arteria bloqueada y algún que otro apagón informático, se han cumplido once años y aquí sigo (y mientras lo digo observo una sarcástica sonrisa de humo y niebla escondida en el omnipresente perfil oscuro de esta página) repitiendo, pese a todo, el mismo artículo un par de veces a la semana, varias al mes, bastantes al año, muchas al lustro, muchísimas, en fin, a la década.
Contra el tópico de andar escribiendo siempre lo mismo (como contra tantísimos otros tópicos) uno empieza a rebelarse de joven para terminar encogiéndose de hombros algo después; es decir, ahora. Lo digo porque, en no pocas ocasiones, quisiera haberles escrito alguna primicia de las que venden periódicos y hacen avanzar, siquiera sea democráticamente, a la sociedad entera. Lo digo porque, a falta de personajes y lugares extraordinarios, he tenido que refugiarme en el estilo: ese artificio o ese mérito, ese modo de decirles las cosas tal y como me las digo a mí mismo y a nadie más.