Parte de mi Sangre
Javier Neila
Empieza a llover cuando consigo entrar en el caserón…el cielo descarga su furia y enormes goterones suenan en las tejas de pizarra. La sierra entera relampaguea. La construcción de piedra se yergue camino del cerro, solitaria, entre sauces, con su tejado a dos aguas. El último tramo lo he hecho a la carrera, cuesta arriba, por fuera del camino, en desenfilada…la mochila me pesa y se clava en mi espalda; me pesa la munición, el naranjero y las bombas de mano; pero sobre todo me pesa el alma. Estoy cansado y rendido. Harto. Son ya cuatro días por la sierra de San Just, huyendo de mis perseguidores; solo, sin comida y sin apenas poder dormir. Suelto el equipo con un gesto de hastío, y me recuesto contra el dintel de la puerta de la cocina, junto a las escaleras, para recuperar aliento. Así estoy un buen rato, bebiéndome todo el aguardiente que queda en la bota, hasta que la escasa luz termina de irse.
Ya a oscuras, el cansancio y el sopor me traen a la memoria la sonrisa de Valeria. La imagen de su cuerpo desnudo matizado por el quinqué me reconforta; la veo sentada a mi lado, con las piernas encogidas sobre la cama, entretenida, buscando qué disco ponerme en el fonógrafo. Observo entonces el perfil de su bonita nariz ligeramente aguileña y sus labios reventones y carnosos. Sus pómulos pronunciados y su suave barbilla que siempre me gustaba acariciar; y su ligero ladeo de cabeza, reflexivo y sensual, incitante, receptivo, ansioso. Era en esos momentos cuando más deseaba ser pintor o escultor, para poder plasmar aquel equilibrio, aquella serenidad que transmitía. Recuerdo oírla cantar por primera vez…”Cantas bien” le dije, “Pues mejor bailo” me contestó con una abierta carcajada que alumbró la habitación, y acabó esa noche con el frío en aquella pensión de Zaragoza, el 12 de Octubre de 1933. Hay momentos que valen toda una vida, reflexiono.
Esa alborada fue cuando me lo dijo:
-No puedo volver a verte nunca más
- ¿Porqué?
- Porque me ganas día a día; Porque cada vez te metes más dentro de mí. Hasta que te vuelvas parte de mi sangre y entonces ya nada pueda hacer. Y cuando te vayas, te buscaré en todos los hombres, y al no encontrarte me volveré loca.
-Pues yo voy a amarte toda mi vida- le dije mirándola fijamente, agarrando su cara con ambas manos, seguro de mí. Nos desahogamos entonces a besos, con una locura y un miedo que jamás he sentido. Después los dos cumplimos nuestra palabra…
La tormenta brama y parece que la casa se me va a caer encima. Meto un par de piedras de carburo en la lámpara de metal cilíndrica, que con las chispas del mechero de yesca prende con facilidad. La trémula luz aumenta su intensidad a cada gota de agua que el regulador de la lucerna deja caer sobre las piedras, liberando el gas de acetileno que sale por la válvula, dibujando figuras espectrales que crecen y se encogen amenazantes sobre las paredes enrojecidas por la llama. Me cubro con lo que encuentro y permanezco adormilado, recostado en el sofá del recibidor, dos o tres horas. La tormenta ya ha pasado cuando me levanto.
Me adentro entonces en la casa y lámpara en mano la reviso, hasta llegar al salón, desordenado y sucio. Mis botas embarradas pisan entre cristales, listones de madera y enseres cotidianos de todo tipo tirados por el suelo, haciendo que mis movimientos sean lentos… quizás por miedo a pisar el recuerdo de alguien que esté aún aferrándose a éstos objetos…y es que dicen que las cosas conservan algo de sus dueños…Documentos a medio quemar, vajillas rotas, discos hechos pedazos, juguetes enmudecidos, disparos en la pared, sangre seca…indicios de una historia terrible, de esperanzas perdidas, muerte estéril y dolor injusto y sordo… Afortunadamente –pienso- lo único eterno es el olvido; todo lo demás se deshace como lágrimas bajo la lluvia. De otra manera nos enmendaríamos y dejaríamos de ser lo que somos. Ángeles o demonios, según lo que nos toque en suerte.
Mientras pienso en esto, me encuentro a mi mismo en cuclillas, reflexivo, absorto, en medio de aquel salón, removiendo con el machete los restos esparcidos por el suelo, reconstruyendo mentalmente lo que pasó en esa casa que jamás había pisado antes, pero de la que recordaba haber oído la tragedia…intentando entender porqué allí mismo habían encontrado la muerte a tiros el Ingeniero Jefe de la mina de carbón de Utrillas, su mujer embarazada, y su hija de pocos años. Todo ello en nombre de nuestros ideales, nada más iniciada la rebelión militar… cumpliendo las órdenes del comandante de la milicia popular de llevarlo a la cárcel del pueblo para luego “darle el paseo”…Dijeron que ella se puso delante, con la niña en brazos, protegiendo a su marido, enfrentándose a los milicianos e intentando evitar que se lo llevaran…De todas maneras a estas alturas todo da igual. A 16 de Marzo de 1938 el Cuerpo de Ejército marroquí ya controla Montalbán, y las tropas gallegas nos han sacado de Utrillas a tiro limpio. Mientras, la 11ª división de Líster no ha sido capaz de llegar a Alcañiz y defenderla de los italianos…El Frente de Aragón está ya perdido; y yo con él.
Un crujir de madera y el movimiento de una sombra a pocos metros me hace saltar hacia atrás, justo en el momento en que suena un disparo que pasa silbando junto a mi cabeza. La lámpara se apaga. Puedo abalanzarme sobre aquel bulto antes de que pueda acerrojar de nuevo su máuser, empujarle y agarrarle del fusil mientras hundo mi machete en su costado izquierdo, lateralmente, buscando su corazón, con la hoja en horizontal para que no molesten sus costillas. El grito es sordo y la cuchillada precisa, pues antes de tener que taparle la boca su cuerpo ya se ha aflojado como un fardo sin vida. Voces afuera y fogonazos en la oscuridad son todo uno. A duras penas me abro paso a tiros con el fusil del muerto, hasta rescatar mi naranjero del quicio de la puerta, hacerme con varios cargadores y subir hacia el primer piso disparando a ciegas un par de ráfagas cerradas tras de mí, con la intención de venderme lo más caro posible.
Me parapeto en el dormitorio principal, enfrentado a la escalera, haciéndome una barricada con la cama y los muebles que encuentro. Cambio el cargador y tiro de la palanca de montar de mi subfusil; ya sólo queda esperar a que vengan a por mí. Abajo se escuchan los gritos de un rabioso oficial dando órdenes, mientras una sección de hombres rodea la casa tomando posiciones.
Es entonces cuando veo la cara de Valeria. La luz de la luna se cuela por la ventana iluminándola a mi derecha. Ver aparecer su cara me sobrecoge, paralizándome y haciéndome sentir un hormigueo helado por toda la espalda y hasta el cuello. Me mira sonriente, despreocupada, sin darle importancia a lo que ha pasado. Sin reproche ni odio. Posa junto a su marido, el ingeniero de minas, y entre los dos aparece una preciosa niña que no llega a dos años, idéntica a ella. Sigo mirando durante unos minutos la foto de estudio que de los tres cuelga de la pared. No la recordaba tan hermosa. Se la ve feliz. Satisfecha.
-Nunca debí mandar a aquellos miserables a tu casa- Mascullo mientras aprieto los dientes y el gatillo, y empiezan a lloverme las granadas de mano…