Con Ojos de Niño
Inés Matute
En Inglaterra, semanas atrás, se generó cierta polémica cuando un artista declaró que la presencia de menores en los museos supone un insulto a los creadores allí expuestos, y que mejor harían los papás dejando a los enanos en casa en lugar de llevarlos consigo a todas partes, pues es perder el tiempo (según él). El artista al que me refiero se llama Jake Chapman y sus opiniones, como más adelante detallaré, no dejan de resultar grotescas si bien estoy de acuerdo en que los niños sobran en no pocos sitios. ¿Por qué no llevarlos a un museo o a una galería de arte? ¿Sólo porque el diario The Independent opina que los progenitores que ponen a un chaval delante de un cuadro son “arrogantes al pretender que un crío goce de una experiencia estética delante de un Pollock”? ¿Sólo porque algunos periódicos ingleses creen que los padres son “estúpidos pretenciosos “ por intentar alimentar la cultura visual y artística de un menor? ¿Acaso no es la pulsión artística algo que nos acompaña desde la cuna?
No deja de resultar curioso que el primero en poner el grito en el cielo sea precisamente un artista conceptual – debe de tener los conceptos algo difusos cuando dice que “los niños no son humanos aún”- conocido por tomar “Los desastres de la guerra” de Goya y ponerles narices de payaso a sus figuras, en plan irreverencia y desafío a las convenciones. A ver, chicos… ¿Es un insulto poner a un niño delante de un cuadro abstracto pero es una intervención sensacional (o sea, arte pata negra) customizar de payaso a un personaje retratado por Goya y esperar a que el invento dé para un par de tesis doctorales?
Supongo que Jake Chapman ha conseguido lo que pretendía con sus palabras: controversia. Odiaría arruinarle la teoría a este fan de Herodes que coloca penes en lugar de narices a los muñecos (para que algunos se ofendan, otros reflexionen y los más tontos le compren la pieza), porque todas las teorías son válidas hasta que se demuestre lo contrario, pero voy a hacerlo de todas maneras, qué caray.
Jake: pretender que un adulto entienda el burbujeo mental de Pollock por el mero hecho de serlo, es una chuminada, una candidez impropia de un enfant terrible del arte, como aspiras a ser tú. Pretender que un niño no encuentre algo admirable, o disfrutable, o bello en una obra de arte, es otra chuminada igual de gorda. Y por último, aspirar a que un Pollock le “llegue” a todo el mundo es ir muy pasado de pretensiones.
Odio personalizar, pero toca hacerlo a modo ilustrativo.
Hace años, trabajaba yo en una galería de arte en el Casco Antiguo de Palma. Por las tardes, mis hijas iban a recogerme de la mano de mi padre, que era capitán de barco pero un buen pintor en sus ratos libres. Un pintor figurativo, de los que pintan bodegones, paisajes y retratos, pero de mentalidad abierta. Antes de pasar por la galería, tenían por costumbre darse un paseo por otros espacios artísticos, como la Lonja o el Palau Solleric. Allí disfrutaban de esculturas, muestras fotográficas, exposiciones más o menos convencionales y también alguna performance. El abuelo de las niñas siempre se sorprendía de sus comentarios ante algunas pinturas abstractas: “esta me gusta mucho” (y se quedaban observándola diez minutos en silencio) o “esta la han colgado al revés”. A veces me decía: “está claro que ven cosas que yo no veo, por perjuicios o por tener el gusto estético demasiado educado, demasiado anquilosado”. Han pasado los años y esas niñas, que ya no lo son, estudian en la Universidad de Barcelona. Una hace Bellas Artes, como yo en su día, y la otra ha dejado ADE por estudiar Publicidad en la Pompeu Fabra. El mundo de las artes visuales, del cine, de la fotografía y de la plástica, parecen tener pocos secretos para ellas. Las dos son brillantes, cada una en un campo distinto. Las dos dibujan de maravilla, hacen buenas fotos, se customizan la ropa, son creativas y viajan y visitan museos constantemente. El trabajo de fin de curso de la pequeña, realizado con flores secas y espejos, dejó boquiabiertos a sus profesores. Esa chica llegará lejos.
Creo, sinceramente, que el gusto estético también se alimenta y educa. Y también creo que lo que más le molesta al tal Jake Chapman es que esos niños - que con tanta ligereza son conducidos por sus padres a los santuarios el arte- crezcan y se conviertan a su vez en artistas, y le hagan la competencia más allá de los límites del apropiacionismo y la payasada. Porque nadie puede ser tan idiota como para decir que un niño aún no es un humano y que no puede comprender o asimilar la belleza – a veces intrigante, oscura o perversa- de una obra de arte.