Boyhood
Il Gatopando
Resulta paradójico que de un estado en apariencia tan conservador como Texas hayan surgido dos de los cineastas más originales y audaces en la actualidad. Me refiero a Terrence Malick y a Richard Linklater, dos directores con una dilatada trayectoria a sus espaldas y una innegable atracción por el riesgo –sin despreciar, como buenos norteamericanos, la vertiente comercial de su trabajo, sobre todo en el caso del segundo- o, lo que es lo mismo, por apostar por su propia visión sin concesiones como creadores mostrándose receptivos a la tradición del cine europeo.
La reflexión viene a cuento porque se acaba de estrenar en nuestro país Boyhood (Momentos de una vida), el último trabajo de Linklater, conocido hasta ahora sobre todo por su trilogía: Antes del amanecer/atardecer/anochecer, protagonizada por Julie Delpy y Ethan Hawke –este último interviene también en su último trabajo como padre del protagonista-, su proyecto más personal al menos hasta la llegada de su último trabajo.
Lo más sorprendente, y publicitado, de Boyhood es el hecho de que la película fue rodada a breves intervalos con los mismos actores durante un periodo que engloba doce años. El protagonista es un niño –protagonizado por Ellar Coltrane- a quien vemos crecer en la pantalla desde que tiene seis años hasta que alcanza los dieciocho e ingresa en la universidad –el desenlace de Boyhood entronca así con una película de la primera etapa de Linklater: Dazed and Confused , obra de culto que retrataba la desenfrenada noche de un grupo de alumnos tras la graduación en un instituto texano-. Somos así testigos directos de los profundos cambios –respecto a los físicos, desde luego, no habíamos visto nunca antes algo así en el cine- y de los retos que conlleva esa compleja etapa de la vida que da título a la película, por cierto sin traducción literal a nuestra lengua, vista a través de los ojos del sensible y un tanto introvertido protagonista.
Ese factor, que constituye un innegable signo de audacia –tardaremos en ver algo parecido- y que se ve plenamente justificado por el sentido de la historia que se relata, no debería sin embargo ocultar los otros muchos elementos que hacen de Boyhood una película excepcional, empezando por el guión escrito por el propio director, el cual no solo logra captar el proceso con verismo sino que aúna en una sola película muchas de las motivaciones y obsesiones apuntadas por Linklater en sus trabajos previos.
Así, la experiencia de crecer en una familia disfuncional –los padres están separados y los niños han quedado al cuidado de la madre, sujetos a los aciertos y errores en sus decisiones vitales, y a la convivencia intermitente con un padre un tanto tarambana-, sometida a una constante movilidad geográfica si bien siempre dentro del estado de Texas, víctimas de ese desarraigo tan típicamente americano que obliga a quienes lo sufren a desarrollar una gran capacidad de adaptación, viene acompañada de una multitud de elementos que son ya marca de la casa de Linklater: unas pinceladas de existencialismo asequible, apto para todos los públicos, a diferencia de lo que ocurría en la más densa Waking Life , una especial sensibilidad hacia las pulsiones creativas (el talento solo puede ser un punto de partida a la hora de desarrollar una carrera artística), la música rock como elemento de identidad (un tema ya explorado en SubUrbia y Escuela de rock), la ambivalencia de Texas como un estado en el que la más rancia tradición convive con lo alternativo y una querencia por desentrañar los misterios de la juventud y su disolución en la edad adulta teñida de una dulce melancolía.
Boyhood sería en esencia lo que en literatura se conoce como un bildungsroman , una novela de formación, aunque enriquecida al englobar a los otros miembros de la familia del protagonista lo que nos permite atisbar también la exigencias de la paternidad/maternidad: una madre, protagonizada por Patrica Arquette, sacrificada, luchadora, con afán de superación pero con poco ojo a la hora de escoger a sus parejas, abocada en última instancia a la soledad; un padre un tanto disoluto, imprevisible, contradictorio, que sin embargo no ceja en la relación con sus hijos; y una hermana mayor que aporta complicidad cuyo papel es protagonizado por la hija del director.
Tratándose de Linklater, la banda sonora de la película compuesta por canciones de prestigiosas bandas norteamericanas tiene entidad propia si bien el uso que hace de la misma resulta bastante comedido y, a tono con el carácter del protagonista, tiende hacia el intimismo.