Una Casa en el Árbol
Edgard Cardoza
I
En la semilla
el árbol contenido
(tuerce el eco en su ademán ocioso)
tira sus hojas anfibias
de castor
de limo a punto de raíz
tira su tira encascarada en plata
pura de sensaciones
(ávida soledad habida siempre)
tira su tirol recién lavado
en la fuente de la perpetua arruga
tira su calendario
de hojas mustias
para erigir en el previo trance del caer
su fuga eterna:
el cuerpo tantas veces repetido
hoja / ojo
que vuelve a la semilla
y en cada oscilación
es reiteradamente más arbóreo
Ah los guiños
que en la fronda
al dar voz
dispendia el aire
en la brisa del aire de familia
Eres sólo el espejo de ti mismo
en un marco distinto
-el tiempo el tiempo-
un hábito
una forma de mirar
que se contempla rostro
viendo alma en cada gesto
(en el pálpito ata la raíz)
oyendo por la rama
o yendo por la rama
hasta el nudo exacto
donde se vuelve cédula el instinto
Tuviéramos
Fuéramos sueño qué locura
Antes todo era tan recuerdo
que la vida iba lenta tan ansiosa
empapada de tizne amarillento
ademando costumbres en desuso
Ah qué tiempos infanciables hermanos
en esos huertos resonantes
Nosotros los que éramos
(frota las huellas
en la espesura de todo tiempo ido)
hoy somos angelables troncos del deber
vagos en nuestro vuelo de hoja seca
atando fechas al tocón caído
Si no somos
es porque lo que éramos
ha fluido hacia el margen de la sombra
constreñido en un croquis pantanoso
¿No hay forma de mecerse en tales ramas?
Lo que somos es el fruto de hoy
recién llegado siempre
novísimo en su traje de luz fresca
genealizando líneas
con quién sabe que pútrido futuro
en la hermandad de sepa Dios qué engendros
pero atentos al vértigo del día
que acabó de morir hace un instante
(la fronda eres tú mismo
descubriendo los ecos del desván
los espejos floridos)
El límite del yo
entra desnudo al templo de mañana
con el ayer quemándole las plantas
-La cosecha:
Semillas de fuego y desnudez
Inapagables-
El “yo” es un nosotros
Un haz desde su hilo más intenso
El bosque contenido
en la semilla.
II
Al despertar mi vida
sólo hubo simulacros
Todos pasaban
grises
ubicando las ramas
de mi árbol genealógico
Mi rostro
Coincidieron
era unánime cardo
del vínculo paterno
(rebeldes pitahayas
de novedosa luz
desmentían mis ojos)
Mis brazos procedían
de una fecunda encina
pariente de mi madre
El torso congeniaba
con la ceibal prosapia
de toda la familia
Ah
pero ante la isla
que ondeaba entre mis piernas
con dos regios peñones
y un alargado muelle
sólo opinó el silencio
desde su muda fronda.
III
Debí haber sido pájaro
En los sesgos del aire imagino mis alas
arrancadas de tajo
por algún Dios sediento
de oquedades
El hombre es un reptil que mi cuerpo no concibe
puesto a vivir soñando con el vuelo
desde su imantada raíz de árbol sin fronda
Construyo nidos
para llamar los ecos del ramaje
que al mecerse son la casa del viento
que al fluir es el velamen de la pajarería
Hay una voz en mí que a veces reconozco como canto
Y cierto paso anómalo que flota en la calzada
y tiene más de pájaro que de hombre
Atento a las señales
del viento del árbol o del ave
espero en mi cubículo de piedra
el venturoso instante
en que las alas regresen a mi cuerpo
¿O estarán en mí
ya desde siempre?
¿El alma será el nido?