Derribo
Ángela Mallén
de “Bolas de Papel de Plata”, Ángela Mallén. Arte Activo Ediciones. Vitoria 2014. Pág. 128-129
En aquel bloque vivía Juan Fulgencio, en el tercer piso. El último de todos, con vistas panorámicas y luz todo el día. Un bloque de tres alturas. Año de construcción 1999. Delante estaba la ladera de un barranco; al fondo, un riachuelo; y al otro lado del agua, empezaba el pueblo. Desde el pequeño balcón se veía un parque infantil y la parte trasera de la iglesia, enorme, monumental, que no parecía propia de un pueblo tan pequeño.
Juan Fulgencio era un hombre joven. Más joven por dentro que por fuera. Cuando dio la entrada para el piso estaba ennoviado con Teresa, la Tere, la guapa, la mujerona, con su melena y sus ojazos oscuros y vivos. ¡Guapetona!, le decía Juan Fulgencio, ¡Buenorra! Y ella le ponía carita mimosita y le decía: eh, las manos quietecitas. Llevaba dos años de repartidor de la empresa Incona de suministros industriales, con la furgoneta Avia, roja, molona. Los clientes le llamaban Juan.
Qué tiempos. Le costaba trabajo levantarse tan temprano: a las siete, arriba. Le fastidiaba el ruido de chatarra que hacía la furgoneta y lo difícil que era dar con las empresas sitas en los polígonos industriales de los arrabales. Pero a final de mes llegaban los duros a tocateja y las horas extras que completaban. Los sábados-sabadetes, libertad total: la cervecita, el partido, la Tere. Qué tiempos. Qué vidorra.
Todo cambia. Sin apenas darse uno cuenta, subieron los precios del metro cuadrado hasta las nubes y al poco se despeñaron. A Juan Fulgencio no le dio tiempo de disfrutar de su momento como millonario futurible. Estuvo aquel par de años pagando la hipoteca con ilusión y con satisfacción. Suponía más de medio sueldo, ¿y qué? Con la otra mitad sobraba: tenía a su Tere, su fútbol, su cervecita. Y el piso con vistas estupendas.
Ya no vive allí Juan Fulgencio. Ni nadie.
Llegó la crisis. Se hundió la economía, con lo cual Incona no tenía a quién suministrarle mercancías. El banco se quedó con el piso y Juan Fulgencio sin trabajo, sin Tere porque se la quitó Juan Pedro el marmolista (esos no quebraban), y con la deuda porque “el acreedor hipotecario se incautará del bien inmueble al no satisfacer el comprador la obligación contraída, no siendo justificable la exención tributaria ni la dación en pago”.
Juan Fulgencio y Tere iban a tener la parejita, viajar a Port Aventura, aprender un poco de inglés y se comprarían una tele de plasma para ver bien vistos los partidos. A veces, fumándose un cigarrito en la plaza de la iglesia, recuerda Juan Fulgencio lo bonito que se veía el río desde su ventana de allí arriba, por encima de la torre, mientras pensaba en el mañana. El pueblo parecía suyo, y del resto del mundo sólo se acordaba cuando se jugaba la copa de la Uefa. Qué tiempos.
-Un edificio descarriado, justo al borde del barranco, con peligro de arrastre, dijo el Sr. X. -Efectivamente, con peligro de arrastre si baja la riada, admitió el Sr. Q.
-Una prospección fallida. El optimismo inversor de los noventa. Un fallo coyuntural del sistema, enumeró la Sra. T. -Efectivamente. Efectivamente. Hay que sanear activos tras la evaluación de pérdidas. -Apostilló Don Y.
Ha concluido la asamblea del equipo directivo bancario. Que conste en acta el nuevo proyecto de ejecución: “Derribo bloque tres alturas y posterior edificación planta recicladora de residuos”.