DESACUERDO
- ¡No te comprendo! – dijo ella levantando la voz.
El miró a un lado y otro del bar atestado de gente, azorado; como si todos los presentes hubiesen estado pendientes de la discusión.
Ella continuó, su tono cada vez más agresivo.
- Parece como si tuvieses, no sé…- reparó en la taza sobre la mesa - … té en las venas.
A la vez que pronunciaba estas palabras, se levantó y abandonó el local.
El siguió con su mirada su figura perfecta, el contoneo de sus caderas mientras desaparecía tras los cristales de la entrada y permaneció sentado largo tiempo, contemplando el líquido, aún humeante, que ella había dejado, sin consumir, sobre la mesa.
Aquella noche, mientras se desangraba en la bañera, comprobó que, por una sola vez, ella NO tenía razón.
Aquella noche, mientras se desangraba en la bañera, releía una y otra vez el final de aquella historia que su editor había rechazado. Como casi todo lo que escribía últimamente.
- Inculto – le había dicho – Eres incapaz de captar una sutileza.
- Estás despedido – le había contestado el editor.
Ahora, mientras sus ojos se nublaban y los folios se deshacían en el agua, el escritor fracasado pensaba en que quizá debía dedicarse a otra cosa.
Aunque quizá fuese ya demasiado tarde.
QUIZÁ…
Insiste. Insiste en mezclarse en el tráfico que le esquiva. Regresa a la glorieta. Al punto, busca de nuevo al conductor distraído, el frenazo a destiempo. Quizá si fuese un hombre estaría ya muerto. Pero, ¿a quién podrá importarle un perro suicida?
CONVERSACION
- La incongruencia de las acciones del ser humano es inconmensurable – comenta en voz alta a la vez que cierra un diario con gesto contrariado.
- ¿Mande? – mientras conduce, el taxista con boina responde con una
pregunta.
- Nada, nada, buen hombre – sin querer, prosigue con su monólogo – Si el valor de las acciones políticas pudiera evaluarse con alguna escala, muchos de nuestros gobernantes se doctorarían “cum laude” en estulticia.
- ¿La estación de Francia? Está aquí mismo – el taxista se quita la boina y se rasca la cabeza - Usted debe de ser extranjero, ¿verdad?
- No. ¿Qué le hace suponer que lo sea?
- Es que me ha parecido que hablaba usted un poco raro.
- La correcta utilización del lenguaje es patrimonio de la humanidad.
- Mire, amigo. O habla usted en cristiano o a la estación de Francia le va a llevar su padre.