XX
¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre!
Miguel Ángel Asturias
1
Al hombre lo que es del hombre,
y al hambre umbría no alumbre
desde su cumbre
la lámpara de Luzbel,
hombre recóndito,
no Dios,
sólo hombre.
Y si después
de haber dejado un asno sin quijada
resulta que Caín es también Dios
de los que buscan la eternidad del hueso
(dicho esto en el peor sentido)
más nos valiera poner nuestra santa quijada a remojar
en la salmuera de ese Dios tan Dios
que hace que de su seno celeste surja
–además del ilustre fratricida–
el inventor de la Liga intergaláctica del beso
por treinta o más monedas,
que serán sólo el enganche del gran premio:
vida eterna pendiendo de una soga al cuello
(que hebrea y justamente
cuelga a su vez de la rama cordial
del árbol de la vida).
2
Y quien podría negar,
hombres de lumbre,
indómitos Caínes,
que Satán el más siniestro de los hombres
puso en manos de su adánico pariente
el asnal artilugio
sólo para refutar a Dios
en el gemido agónico de Abel.
Que antes de Adán
Luzbel fue el primer soplo de Dios
y antes de Luzbel no había nada,
sólo Dios.
¿Para qué querría Dios tanta nada para él solo?
Y envió a Luzbel a colonizar la nada.
Así que la calamidad ondeó primero
y la cura inefable actuó después.
Hubo primero lumbre
luego luz
luna
alumbre
y columbre.