Desde el pasado 13 de marzo la Iglesia Católica Apostólica y Romana tiene nuevo papa, se ha hecho llamar papa Francisco I. Fue elegido y nombrado en el Cónclave siguiendo una antigua y compleja liturgia con muy pocos votos a favor, como ya les pasara a los papas Pío XII y Juan Pablo II entre otros, tras la sorprendente e inesperada renuncia de su predecesor el papa Benedicto XVI, que renunció a su pontificado en medio de una nube de especulaciones. A pesar del comunicado oficial y las declaraciones del interesado, los rumores sobre motivos ocultos, presiones por parte de la curia y asuntos turbios por definir no han dejado de circular.
El Papa Francisco, nuevo máximo pontífice de la Iglesia Católica empieza su papado generando simpatías y controversia al unísono, el primer papa latinoamericano y jesuita de la historia, parece querer ejercer con normas propias, el giro aparentemente aperturista de su discurso mantiene alarmados y alertados a los conservadores, cuando no francamente incómodos.
Además de sus declaraciones progresistas y su llano proceder, se le atribuyen frases y pensamientos como el deseo de devolver a la mujer un papel importante en el seno de la Iglesia, postura que cuenta con no pocos detractores ya que la madre Iglesia es el epicentro de un mundo de cariz teóricamente espiritual, en el que sin embargo esta muy arraigado el arcaico y primitivo concepto del machismo, por cierto nada espiritual.
El papa ha rehusado las posturas e imposturas más barrocas y floridas de las ceremonias, las fórmulas más elitistas en las liturgias y ha apostado por mostrarse sencillo y cercano a los fieles que se cuentan por millones a pesar de vivir inmersos en la sociedad de la tecnología y el ateismo.
Bergoglio dejó de ser un miembro anónimo de la Iglesia Católica al convertirse en papa y desde entonces ha hecho correr ríos de tinta, ha elevado los miedos y las esperanzas, ha declarado que la Iglesia no debe criticar a los homosexuales, afirma que debemos liberarnos de la tiranía que ejercen los que lideran la economía, que los cristianos nunca son chusma y que Dios no teme los extrarradios.
Con todo en la inamovible Iglesia parecen correr nuevos tiempos y sin ir más lejos este mes de octubre se reúnen para renovar la curia.
Todo parece avanzar de forma positiva para los cristianos, los creyentes y la sociedad en general. Sin embargo y no por falta de fe he de confesar que la postura del nuevo pontífice despertó en mi cierta suspicacia. Pueden llamarme descreída, pero sus declaraciones que de momento no se han traducido en hechos, me suenan un poco a vendedor de coches usados.
En el momento de mayor crisis un nuevo papa llega como sucesor de un sumo pontífice de gozaba de no mucha popularidad y sin demasiada buena prensa y nos cuenta lo que durante años se ha esperando oír en boca del máximo dirigente de la Iglesia Católica.
Humilde y cercano no llego a discernir si lo suyo será mero discurso, cual político que seguro lo es o si se traducirá en hechos tangibles.
Si la cercanía a los necesitados se convertirá en ayuda a los necesitados, si su apoyo a la mujer dará lugar a una mujer obispo o sólo es un discurso populista más.
Cuando los corazones y almas de tantos seres humanos esta anhelante de ayuda, de luz, de una salida al final del túnel en el que la economía, nuestros dirigentes, los monopolios y la avaricia de todos nos ha sumido, sería bonito por una vez, que alguien relevante sea lo que parece. Que la Iglesia más alejada que nunca de la sociedad a la que pretende guiar, por una vez, ayudara al pueblo, creyente o no. Tal vez entonces creeríamos, tal vez podrían servir de ejemplo a nuestros representantes gubernamentales, aunque mucho me temo que no veremos los imprescindibles y urgentes cambios prometidos.
Me temo que se trate de un hombre muy inteligente ejecutando una fantástica campaña de marqueting.
Lamentablemente, en este caso, como decía santo Tomás, ver para creer.