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ISSN 1989-4163

NUMERO 36 - OCTUBRE 2012

Ocho Escenas de Tokio

Rubén Castillo

Autor: Osamu Dazai. Editorial: Sajalín. 158 páginas. 16 €

Debería formularse (si es que no se ha hecho aún) el elogio del lector excéntrico. Es decir, aquella mujer o aquel hombre que, a pesar de haber nacido en Roda de Isábena o en Valdemorillo, expande su curiosidad allá de las fronteras locales, provinciales e incluso nacionales, y degusta novelas finlandesas, poemarios marroquíes, ensayos canadienses y dramas hindúes. La noción de cultura no se lleva bien con el aldeanismo o la jaula lingüística, así que todos los esfuerzos que se ejecuten para derribar las fronteras (de idioma, de credo, de estética) se me antojan loables ejercicios enriquecedores. Un buen inicio puede ser, para muchas personas, acercarse hasta las Ocho escenas de Tokio, del japonés Osamu Dazai, que ha publicado el sello Sajalín gracias a la traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Se trata de una recopilación de relatos del escritor nipón Tsushima Shuji (1909-1948), hombre atormentado, alcohólico, morfinómano, hipersensible y que coqueteó varias veces con el suicidio hasta que logró perfeccionarlo. Las nueve historias que se nos ofrecen en este tomo (seleccionadas por Daniel Osca) incorporan un ingente aluvión de referencias autobiográficas, que nos permiten fundir en nuestra mente la vida y la obra del infortunado Osamu Dazai (seudónimo con el que publicaba sus obras Tsushima Shuji): en varios cuentos el protagonista es un escritor; en otros (al menos cuatro) se nos habla explícitamente del suicidio; y en el que da título al volumen nos habla en primera persona un joven estudiante que descubre la ideología comunista, que desatiende sin bochorno su obligación de asistir a clases, que se aleja de su adinerada familia y que bucea en mares de alcohol barato y drogas adictivas. De aquel muchacho consciente de su aspereza (“Nunca fui un chico demasiado agradable”, nos pregona en la página 55) surgieron estos escritos duros, confesionales, directos, donde tendremos la ocasión de conocer a escritores malditos que provocan el infortunio a sus esposas (La mujer de Villon); chavales desconsiderados, que practican la humillación y la violencia sobre sus sirvientas (Paisaje dorado); voyeurs que se prendan de jovencitas, una vez que las contemplan desnudas en el agua termal de una piscina (Delicada belleza); extorsiones provocadas por el nihilismo y la desazón de una vida carente de metas (Sin bromas); cómicas situaciones acaecidas en una oficina de correos (Dos pequeñas palabras); o inicuas servidumbres a las que debe someterse un narrador dipsómano, utilizado por sus compañeros periodistas para un infame reportaje fotográfico (Demonios apuestos y cigarrillos). Dueño de una prosa afilada, cortante, precisa y horra de ornamentos, Osamu Dazai dibuja imágenes de gran poder de sugestión, que no dejan indiferente a la persona que lee. Adentrarse en sus páginas es descubrir un alma hecha tinta, cruda y auténtica. Compadecerla o despreciarla ya son opciones que pertenecen, como es lógico, al orbe extraliterario.

Ocho escenas de Tokio

 

 

 

 

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