Todas las historias, al menos en este universo, empiezan con una llamada que no llega; la llamada que no llega equivaldría a las doce en la esfera del reloj: una vuelta entera y otra vez a empezar; ponerse de puntillas al borde del precipicio y decidir si merece la pena saltar o no, dependiendo del grado de madurez (palabra horrorosa y un tanto monjil) de cada uno.
Saltar implica desentenderse de la vergüenza y adentrarse en el vacío, no frenar el ansia irracional de conocimiento del otro ni atajar la investigación y las tácticas de acercamiento. En circunstancias como estas, el sufrimiento esta garantizado y crece en proporción geométrica al tiempo que tardamos en darnos cuenta de que, de la manera más tonta, nos hemos vuelto a enamorar.
Estoy muy contenta porque, aunque parezca mentira, me encuentro exactamente en esta fase: me dispongo a enamorarme sin ningún futuro.
Una de las citas de Faulkner con la que más me he cruzado durante los últimos días en los que, de repente, todos se han acordado del aniversario de su muerte como si fuera el primo favorito de la familia es: 'Entre la nada y la pena, elijo la pena'. Maravilloso: Faulkner, al que, por razones que no vienen al caso, yo estaba leyendo mientras los medios se lamentaban de los cincuenta años de su desaparición ('El ruido y la furia', para ser más concretos, genial pero no muy ameno), pensaba como yo.
Necesito otro fracaso sentimental en el horizonte.
Y ya he elegido a mi víctima.
Se trata de Ene punto A punto.
Hace un par de semanas mi amiga Raquel se quedó en mi casa a dormir, como si estuviéramos en octavo de EGB, pero sin padres y con la prima de riesgo y el actor guapito (grande en el papel de Watson, no sé si podré esperar al estreno el 7 de septiembre) planeando sobre nuestra conversación de fiesta de pijama. Su presencia esclarecedora me sirvió para tomar tres decisiones.
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A pesar de que Ene punto A punto no me hace ni caso, voy a quererle en silencio y ya se verá.
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A pesar de que, vista la situación de forma objetiva, no me conviene lo más mínimo ni tiene demasiado sentido tratar siquiera de iniciar unaffair con Ene Punto A Punto, cual Ana Belén en 'Fortunata y Jacinta' lo voy a hacer.
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A pesar de que es muy peligroso ir describiendo aquí el curso de los acontecimientos, tampoco puedo NO hacerlo, porque me estaría negando a mí misma uno de los mayores placeres de la conquista (frustrada o no): contarla.
Ha empezado la partida y ya sé que sufriré. Voy conociéndome mejor a golpe de tragedia y vislumbro una verdad sobre mí misma que, estos días me he dado cuenta, los que me rodean conocen desde hace tiempo: mi eterna adolescencia sentimental me impide tomar caminos que amenacen con llegar a alguna parte.
Mi intención es permanecer en tránsito.
Con el calor, cuando llego a casa me ducho con agua fría y juego a 'Lucidez'. Es sencillo, antes de terminar, dirijo el chorro de agua helada a la nuca y cuento los segundos que soy capaz de aguantar. Por dentro me repito: 'Lucidez, lucidez, lucidez'... y en ese momento lo veo todo claro, la sabiduría es absoluta. Lástima que, en cuanto me seco, se me olvida.