He inaugurado la edad en que siento la necesidad de dar lecciones sobre poesía. Sirva esta frase de advertencia. Sin embargo, no ignoro que toda lección es impartida desde la tarima de la ignorancia. Caeré, sin duda, en los tópicos más sobados, pero la vida es reiteración, entre otras cosas. Por supuesto, están en la obligación de no tomarme demasiado en serio. ¡Empecemos! Santifica la risa, pero no la risa por la risa. Abandona la honorabilidad, sólo así podrás ser honorable. Como dijo el poeta, en un poema está permitido fijar carteles y tirar escombros. Lo que acabo de decir no es óbice para escribir poemas serios. Por otro lado, ser serio no te garantiza ser profundo. Asume tus contradicciones y tus bajezas. Un poema no es un lugar donde justificarse o venderse. Recuerda una de las 72 lecciones de Ignorancia, de José Viñals: “Quien se indague a fondo y no descubra jugosas contradicciones, o no se ha indagado a fondo o es miope o no vale la pena que se indague”. Un poema no es un instrumento aleccionador. Guarda siempre en uno de tus bolsillos aquella frase de De Kooning: “El estilo es un fraude”. Tampoco te alejes mucho de esta otra de Will Oldham: “No creo en aquello de despertarse cada día y ser siempre lo mismo; mejor despertarse y estar en el proceso de convertirse en algo”. En el alma del poeta siempre anidan un travesti y un tramposo. Rechaza toda clase de proselitismo. Tienes que decir lo tuyo, no lo de otros, no lo genérico. El poeta no es un loro. No es necesario que te entiendan, tampoco es malo; lo peor, sin duda, es provocar bostezos. Jamás pienses en lo que pueda pensar un posible editor. Y para terminar: si todos te felicitan, empieza a preocuparte.