Casi cinco millones de espectadores han seguido el estreno de “La Voz”, el nuevo Talent-Show deTele 5. Una cifra fuera de lo común en un momento en que el share está muy repartido desde la irrupción en tromba de los canales digitales y el auge imparable de las televisiones a la carta que nos ofrece Internet.
El formato adquirido por Tele 5 y estrenado con éxito por la cadena ya había sido testado en muchos países, siempre con éxito. Puede decirse que existe una fórmula para el éxito, compuesta por los siguientes elementos, a saber: el material sensible de los sueños y la mano-guía de la experiencia. Se trata de hacer una criba de los primeros desde el criterio de los segundos. El formato es realmente bueno. Hay otros talent-show que introducen idénticos elementos pero con desiguales resultados. En cambio “La voz” te toma por las tripas y te mantiene pegado al sofá, de principio a fin. La puesta en escena es sencilla: por una parte, 4 profesionales del medio musical, de espaldas, en unas audiciones a ciegas, son los llamados coaches. Por otro lado: los aspirantes que tienen un minuto y medio para conseguir que alguno de los coaches se dé la vuelta y apueste por ellos. Así contado es cruel. Cruel porque los elementos que juegan están tan sometidos al azar como al propio talento que se les presupone (los aspirantes han pasado previamente un macrocasting) pero es en esa crueldad donde reside el enganche, donde está el cebo. A ciegas. Solo la voz del aspirante y la intuición del maestro. En este caso, los cuatro coaches: Rosario Flores, Malú, Melendi y Bisbal, que también son parte del espectáculo interpretando cada uno su propio rol, aunque con desiguales resultados. Todo forma parte del espectáculo, con el plus del tiempo, esos 90 segundos de cuenta atrás en los que se condensan los sueños y las esperanzas de unos aspirantes que se lo juegan todo a una carta. ¿Cómo no va a funcionar?
Vi el programa en directo y el domingo me sorprendí a mí misma mirando la repetición y sintiendo la misma emoción. Me pregunto por qué. Emociona mucho ver a la gente cerca de cumplir su sueño, pero también emociona verlos en el momento en el que ese sueño se desvanece. Hemos aprendido que el espectáculo está en el propio proceso de selección, lo demás es casi anecdótico porque lo que está claro es que la industria musical no tiene capacidad hoy para absorber tanto material. Pero, ¿a quién le importa la suerte de esos chicos? Lo que importa es ese momento en que los coaches pulsan, se dan la vuelta y los aspirantes se sienten elegidos, un paso más cerca de su sueño… su después dependerá de otros aspectos y su éxito o derrota habrán de vivirlo a solas, sin share.
Me preguntaba también, entre corte y corte de publicidad, si no fuera posible tal vez, utilizar el mismo medio de selección para todo aquello que nos rodea, entiéndase, el poder, la política, la economía. ¿No somos un poco los ciudadanos esos coaches que en un gesto –el de introducir la papeleta en la urna- eligen quién le va a representar, en quién cree, quién le emociona? Elegimos a ciegas también, eclipsados por el tono asertivo, por las promesas esgrimidas en campaña electoral, pulsamos el botón, nos damos la vuelta, confiados en que la elección es la buena. Después viene lo demás. Los aspirantes se nos van de las manos, se desdicen, sus promesas se rompen, se postergan, siguen –eso sí- haciendo un uso extraordinariamente eficaz de la dialéctica pero detrás no hay nada. No había nada. Y entonces sucede lo peor, inesperadamente y no se sabe cómo, las tornas han cambiado y nosotros nos convertimos en los aspirantes; ellos son los coaches y tienen ahora el mando, desde donde nos oyen sin escucharnos y, desde luego, sin vernos, a ciegas. Mientras representamos nuestra actuación, nada hace que pulsen el botón, nuestro tiempo se acaba, 90 segundos de cuenta atrás durante los cuales nos desgañitamos y ellos -¡los que fueron elegidos!- con la mano en el botón, mirándose entre sí, sabiendo que por mucho que lo intentemos ninguno de ellos pulsará ese botón, nadie apostará por nosotros, ellos tienen el mando y no piensan soltarlo. Ahora ellos eligen, ellos deciden. Termina el tiempo y todo enmudece. De espaldas al aspirante improvisan una mueca de conmiseración: así es la vida, inténtalo otra vez, no te rindas, no tires la toalla, no pasa nada, etc… y esos consejos los regalan entre muecas de compasión mientras se apoltronan cómodamente en su butaca. El verdadero talent-show está aquí afuera, de esta parte de la realidad y tiene más de show que de talent.
P.d. Por suerte los aspirantes podremos recuperar el mando y volver a ser coaches, podemos pensarnos si apretar el botón y dar la vuelta o quedarnos de espaldas mientras todos ellos, de nuevo aspirantes, apuran los últimos segundos de su actuación.