Hay muchas personas vinculadas al mundo de la moda que han desarrollado sus carreras en torno a la vulgaridad. Los nombres más evidentes son Helmut Newton, Guy Bourdin y Vivienne Westwood. A ellos, hay que añadir Versace. Y también Jean Paul Gaultier. Y Mugler, Montana y Alaia. Todos ellos tienen una vulgaridad auténtica que, por otra parte, no es vulgar. Es excesiva, un tanto irritante y quizá algo cansada pues tiene un cierto deseo de epatar. Pero no es provinciana.
Cuando Newton fotografiaba a putas no lo hacía por escandalizar, no, lo hacía porque las putas le gustaban. Y porque creía que tenían un gran sentido de la moda. El lenguaje de las prostitutas era interesante para Helmut Newton, que consideraba que ligas y látigo eran sadomaso y combinación y faldita a la rodilla era complejo de Edipo.
A Versace también le inspiraban las prostitutas, de hecho, diseñaba para ellas. Pensando en ellas, se entiende. Versace diseñaba falditas traicioneras, escotes imposibles, melenas rubias al viento, muslos y senos firmes y necesidad/capacidad por/de llamar la atención. Versace sabía convertir a una valquiria en una jovencita virgen y tímida, sonrojada, cambiando el escote y la cintura. Si ponía una faldita de tablas la colegiala era Lolita, si bañaba la falda en un color metalizado, se convertía en un súcubo. Pero no lo hacía por escandalizar.
A Guy Bourdin también le gustaba el sexo. Tiene algo setentero y un poco pasado de moda -en el mal sentido- que no baña las fotos de Newton, que son actuales, eternas e inspiradoras. Es atrezo y ficción pero tan falso que es auténtico. No es vulgar aunque golpea más que la obra de Newton que, ésa sí, se hunde como un bisturí y no como un hachazo.
Vivienne Westwood es magnífica. Tiene esa dualidad de cuando Capote y Marilyn charlaban de que Errol Flyn tocaba el piano con su pene. La Westwood hizo lo propio en una sesión de fotos, aunque la cosa en ella era que no llevaba bragas. Como Isabella Blow.
Jean Paul Gaultier pasa por la enciclopedia de la vulgaridad maravillosamente. Subió a Madonna a la pasarela y le sacó las tetas. Madonna es bastante vulgar porque se le nota el ansia. Ansia viva. Sin embargo, Gaultier no lo hacía para escandalizar sino porque ese es su universo. Bebe de la cultura underground, de los negros, de los tatuados marginales de los 80s/90s que eran neonazis, de las africanas con collares que les deforman el cuello y no se pueden quitar nunca. Gaultier pulió y llevó al paroxismo lo que Chanel ya intuyó: que la moda es lo de la calle. Pero lo que en Chanel era etéreo, en Gaultier era un vómito.
Luego todo degeneró.
Llegó Tom Ford -mala copia de YSL- con Carine Roitfeld -que se cree una mezcla entre Diana Vreeland y Betty Catroux- y Mario Testino -haciendo de Helmut Newton, claro, pero con un grano en sus imágenes-. Y la verdad es que ellos lo consiguieron, lo que en Chanel era genial -la moda y la calle-, en Gaultier era la puntilla -azotar a la calle-, en el trío de que definió el porno chic -y que siguen ahí, Carine yendo de brava, Tom Ford de el mejor y Testino de leyenda viva de la fotografía- hay mucha vulgaridad. Sin más. Nada de la perversidad de Helmut Newton, de la artificiosidad de Bourdin -casi daliniana-, de la naturalidad de Versace o del histrionismo de Vivianne Westwood. Qué va. Pero Ford, Carine y Testino creen que son lo nuevo, el espíritu del tiempo. Sí, claro. De la vulgaridad mala, de la vulgar. Sin sentido ni sensibilidad.