1. SER SUYO
Son muy suyos, se dice. Muchas veces alguien dice, con sonrisa mordaz, cómplice y un poco lerda: los catalanes son muy suyos. Todos suyos. Quieren decir que ser “suyo” es malo (o sospechoso, o peligroso, o reprobable). Es un mensaje que esa persona, con su agudeza, con su talento analítico, ha detectado y desea compartir con su interlocutor, igualmente sagaz. Los interlocutores no harán nada con esta información privilegiada, porque están civilizados y entrenados en el respetismo al diferente. Pero saberlo, lo saben. No se dejan engañar. Los catalanes son muy “suyos”. Son “propios”. No son “ajenos”. Son catalanes de ellos. No son madrileños. No son vallisoletanos. Los castellanos, por el contrario, no son “suyos”. ¿Qué son? ¿Son de todas partes? ¿Son peruanos, colombianos, panameños? ¿Son porteños? ¿Son acaso berlineses? No me digan que poseen un espíritu pululante.
¿Y el gallego? Pues lo bueno del gallego es lo bien que se le entiende. Al catalán no se le entiende “ni torta”, pero al gallego, claramente.
En cuanto a los vascos, los hay de dos tipos, dice el perspicaz: están los degenerados y los inocentes. Los inocentes vascos son más inocentes que nadie en el mundo. Curiosamente no cree el avispado que el vasco sea realmente “muy suyo”. Eso sí, el vasco es “muy de Bilbao”.
Mi primo de Sevilla me dijo la semana pasada que a él le gustaría ser independiente y tener su propio califato. Y mi amiga Izaskun me habló de una isla desierta donde poder realizarse. A mí me gustaría vivir entre la luna y Honolulu, aunque no sé si a esa manera de estar se le puede llamar “ser”.
¿Qué somos? ¿de quién? ¿qué aspiramos a ser?¿qué nos dejamos ser? Y lo que es más incontestable aún: para ser, ¿qué hay que tener? Son preguntas muy gordas. Misteriosas. Debemos respetar las respuestas. Debemos hacer malabarismos. Y encima, en esta época de vacas robadas, urge interceptar a quienes perpetran el latrocinio. Menos mal que no son muchos. Los demás somos más. Sólo nos falta gustarnos como autoconscientes, propios, auténticos. En búsqueda.
2. SER IMPORTANTE
Llevo toda la vida diciendo que soy poca cosa. La gente me regaña. Mi madre me reñía, mis amigos me riñen. ¿Cómo puedes decir eso? Te quitas mérito. Te ofendes a ti misma. Es obsceno.
No os pongáis así, digo yo. Si comparas lo que tienes dentro con lo que hay fuera, uno es poco. A mí me parece mentira que alguien se las dé de importante, que alguien se crea grande. Se confunde ser con ser-grande. Cuanto más grande, más eres. Eres más grande que grande. Eso piensan muchos. Se confunde tener con tener-importancia. Se confunde comprender-algo con comprehenderlo-todo.
Soy una pizca de algo cambiante. Cómo puede alguien creerse o desear ser más que eso. Quizás porque eso es lo que le recomienda la publicidad: Porque tú lo vales. ¿Qué vales? ¿Por cuánto te vendes? A lo mejor hemos llegado al meollo: hay que ponerse en venta y buscar un sobreprecio, un margen para el regateo al que te verás sometido. Una plusvalía.
Soy una chispita particular de algo indefinido, incógnito, inabarcable e intrínsicamente precioso. Y el otro también, y el otro, y el otro. Nadie sabe de qué clase de substancia somos esa diminuta porción específica y única. ¿Dónde ves tú la importancia del tamaño, la cantidad, la medida? ¿Dónde? Soy, eres, y somos un pelín (personalizado) de lo mismo.
No entiendo a los hinchas de sí mismos, a los practicantes del yoísmo. La única manera de estar en el mundo para mí es siendo una pequeña egoescéptica respetuosa con las pequeñas diferencias enriquecedoras, crítica con la tergiversación y la usurpación.