En esta Época Supermoderna, bajo el influjo del materialismo y la banalidad, todas las democracias y ordenamientos políticos obedecen, por fuerza, a un sistema económico mundial que sólo mira por los intereses de los dueños del dinero. Si la “democracia” es el poder del pueblo, de la sociedad, hoy en día tal definición no es representada por una serie de sistemas políticos que se dicen democráticos, cuando, en realidad, son dictaduras camufladas de democracia.
A diario vemos cómo los pretendidos gobiernos democráticos recortan o eliminan los presupuestos destinados a programas sociales, suben las tributaciones y reforman las leyes para mermar los derechos de la ciudadanía, y todo en pos del mantenimiento de un orden económico mundial que sólo genera, para su reajuste, los problemas arriba mencionados, además de desigualdad, en un círculo vicioso que sólo beneficia a los dueños del dinero. ¿Cómo es posible que un grupo de especuladores pueda hundir la economía de un país, de una unión político-económica o del mundo entero? Esto es así porque las leyes de la economía mundial no sirven al conjunto de la sociedad, sino al interés de una minoría. Eso no es democracia, es capitalismo salvaje; dos conceptos, en la práctica, antagónicos.
Los márgenes de maniobra de las naciones, para solventar la actual crisis económica, son muy limitados y se reducen, casi exclusivamente, a recortar el gasto público y a subir los impuestos, algo que redunda en detrimento del conjunto de la sociedad, pues el sistema económico mundial, tal cual está diseñado, no ofrece más alternativas. Para enfocar el problema de forma adecuada, es imprescindible reconocer que el actual sistema económico ha fracasado, como representación e instrumento de un capitalismo salvaje totalmente obsoleto. La avaricia, la usura y la especulación, son los valores de ese capitalismo salvaje que se hunde, y las recetas para salir de la crisis son insuficientes porque siguen la inercia del modelo fracasado. Es una vergüenza, para toda la Humanidad, que en las bolsas de valores se juegue, a modo de casino, con el futuro y la dignidad de los seres humanos, dejando la actividad económica al recaudo de los especuladores.
Ahora muchos jóvenes insatisfechos con la realidad, con un futuro poco prometedor, no toman las calles para buscar una solución real, lo hacen porque no podrán disfrutar de la misma porción de materialismo que tuvieron sus padres, no se manifiestan para erradicar el mal desde su raíz, para promover un cambio necesario en el sistema, sino que lo hacen porque quieren seguir consumiendo bajo la plenitud del capitalismo salvaje. Es la cultura del “tener” que tiene hipnotizada a la sociedad, dejando la cultura del “ser” en el olvido (y aquí hago referencia a Herbert Marcuse), y la conciencia colectiva de los alienados por el sistema, que son la gran mayoría, continúa con la mirada puesta en objetivos consumistas, centrados en el “tener”, porque el espejismo de la materia es poderoso.
Tampoco es válido recuperar los fundamentos socialistas fracasados, pues hay que usar la imaginación para tomar de un lado y del otro lo bueno, imaginación para superar, de una vez por todas, esa inercia nefasta que nos conduce hacia la distopía. La Humanidad ha basado su evolución en el avance de la justicia social, con el progreso en base a unos valores fundamentales como son la igualdad y la libertad, y habiendo dejado atrás los tiempos de las invasiones y la esclavitud como motor de la economía. Es por ello que el fin último de la evolución es el logro de la utopía, algo imposible sin un sistema social totalmente redistributivo.
Para salir de la actual crisis económica se hace obligado, por tanto, crear un nuevo sistema económico mundial que obedezca al beneficio del conjunto de la sociedad y no a los intereses de una minoría: los dueños del dinero, los poderosos y una clase política corrupta que da sustento a ese mismo sistema. Para empezar, hay que acabar con la “economía de casino” (cerrando los mercados de valores), crear una moneda única para todas las naciones, poner la banca al servicio de un nuevo Banco Mundial (bajo supervisión y mandato de la ONU) que emita la moneda única en base a las reservas internacionales de oro, acabar con la usura y gravar de manera sustancial a las grandes fortunas. No es permisible que las actuales dictaduras, camufladas de democracia, sólo sirvan a los intereses de una minoría en detrimento del bien común. Esto no es democracia, es una farsa.
Ya queda poco tiempo y nuestro destino será, si no se promueve un cambio efectivo en la economía mundial, el colapso del capitalismo salvaje que dará paso a la distopía total.