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ISSN 1989-4163

NUMERO 26 - OCTUBRE 2011

Don Manolo en la Memoria

Miquel Juliá

Otro Manuel, comensal incombustible y amigo incondicional de don Manolo, nos recordó hace unos años en su tan ocurrente como necesario Comer y
beber a mi manera que “la mejor receta de cocina es esa sensación que los pobres llaman hambre y los ricos apetito”. Partiendo de esa premisa, uno se percata de que Manuel Vázquez Montalbán aplicó a la gastronomía la dialéctica marxista bien condimentada, a la par que hizo Gramsci aplicando la misma a la praxis cotidiana. Los ingredientes que hilvanó don Manolo para crear a Carvalho iban nutridos de sutil aliño y recetas bien pensadas para sugestionar a esa intelectualidad comunista del tardofranquismo. La misma que, años más tarde, él se encargaría de deconstruir sin tapujos, despojándola de cualquier estúpido complejo atávico caracterizado por atribuir a la burguesía el monopolio del buen comer.

Su forma de entender la gastronomía, la materializó también a la hora de destapar con su saludable mala leche a esa progresía anodina que no sabía –ni todavía ha aprendido– a distinguir una acelga de una espinaca.

Esa manera de cocinar sus artículos, novelas y conversaciones iba en consonancia con su fidelidad a los ideales comunistas.

Siempre crítico, certero e impecable, principalmente a la hora de cuestionarse esa pertenencia a tal empeño ideológico y estético, atendió a una de sus voluntades: “Ser el último en apagar la luz”.

Esa luz, a pesar de la caída del muro de Berlín, dio candor a una manera de entender, comprender y habitar un mundo. Pero el viajero que huye sobrevuela en este instante Bangkok con sus pájaros, cual Charlie Parker con sus fraseos. Contempla ese otro mundo, apenas acompañado de ingredientes, sabores y comensales, y atestado de gaviotas predadoras y corruptas –ahora son mayoría absoluta– lidiando con rosas espinosas y dañinas disfrazadas de color rojo. Un día una amiga me reprochó que me lo sé todo de memoria y le contesté: “Todo, menos la muerte”. No consigo
memorizar la muerte, o el asesinato, de MVM ya que le noto peligrosamente presente. Cuando le descubrí en sus libros, cuando hablé
con él en compañía de Antoni Serra y en conversaciones con otro gran amigo que tenemos en común –me niego al pretérito imperfecto– y personaje encubierto en La soledad del manager, despertó en mí ese apetito por la gastronomía novelada y política. Desde entonces sigo hambriento y ávido de conversar con carvalhos en algún mercado
palmesano.

Vázquez Montalbán

 

 

 

 

 

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