Un buen día, Soberbia e Ingratitud, cansadas de dar vueltas siempre por el mismo sitio, llegaron a un curioso lugar en donde el sol refulgía con fuerza y no asfixiaba. El cielo, de un azul interminable, se precipitaba sobre las casas como una bóveda protectora. Allí, lo diferente no llamaba la atención, se integraba con naturalidad en el irregular conjunto de los ciudadanos que lo habitaban. Algunos tenían alas, otros grandes hocicos en lugar de nariz y la mayoría exhibía un cuerpo tan peculiar como el de los monstruos que pueblan nuestros sueños.
Soberbia e lngratitud no tardaron en percibir una tranquilidad imperante que no se parecía en absoluto a la que antecede a una tormenta, aquella invitaba a quedarse, a saborear cada bocado de aire sintiendo la tibieza del sol en la piel. Soberbia continuaba enfadada, a la defensiva ante cualquier gesto que no fuera la ira o la arrogancia. Su compañera, Ingratitud, era incapaz de percibir todo lo bueno y hermoso de aquel sitio recién descubierto en su peregrino recorrido. Un caballero de mediana edad se acercó hacia ellas. Su porte robusto zarandeaba al caminar un bastón de baquelita y una capa negra ondeaba al son de sus pasos, lánguidos y sibilinos. Se detuvo ante ellas, su mirada se proyectaba a través de unos ojos oscuros como el azabache:
─Hola, me llamo Miedo ─les espetó sin más preámbulos.
Como es natural, Soberbia se sintió enojada, mientras Ingratitud le observaba con desdén. Ambas comenzaron a inquietarse.
─Me marcho de este país, no he podido convencer a nadie. No son vulnerables a la dependencia, al apego o a la esclavitud. Aquí se gobiernan a sí mismos y no necesitan leyes para convivir en paz. Cada uno sabe lo que está bien y lo que debe hacer en cada situación. Y como son todos a cual más distinto, nadie necesita de mis servicios; lo extraño y diferente no sólo es aceptado, es aplaudido con amor. No se hacen daño entre ellos y cualquiera, por el hecho de estar delante de otro, es acogido con entrega y respeto. Por eso todos mueren de viejos, de forma natural…La familia Crimen, Enfermedad y Dolor acabó en la más absoluta de las soledades, rechazados y apartados se dispersaron, pues nunca encontraron su hueco. Todo el mundo tiene un sitio para guarecerse y nadie está solo si no quiere estarlo.
─Pero… ¡habrá guerras, por supuesto! ─exclamó altanera Soberbia.
─Y hambre… pues cuanto mejor alimento da la tierra, más maltratada y menos respetada es si yo estoy cerca ─coreó Ingratitud satisfecha.
─Hambre murió siendo apenas un bebé; al tam tam de una solemne ceremonia le dieron sepultura bajo los mantones de la fertilidad, que la sigue vigilando con celo para que no se le ocurra resucitar ─les explicó Miedo, contundente─. Y así, sobre la tumba de Hambre, cada uno aprende a cultivar sus propios alimentos. La tierra es profundamente venerada con mágicos y ancestrales ritos y las cosechas son siempre abundantes para todos. Y en cuanto Guerra… Atraído por su llamada llegué hasta aquí, esperando encontrar a mis queridos hermanos, Angustia, Odio y Muerte, ¡mis compañeros de batallas!…Los tres perecieron estrangulados bajo las garras de cientos de besos y miles de cálidos abrazos. Ya no existen grupos o enfrentamientos, pues la división atraería de nuevo a todos los amigos y familiares de Desolación que volverían a ajar la tierra y a asesinar a Fertilidad. Sólo existe la Gran Hermandad.
─Siempre habrá algunos que sufran…─añadió Soberbia haciendo gala de una dignidad casi teatral.
─Nadie es feliz si existe una sola persona sufriendo, su alta sensibilidad lo percibe y acuden a socorrerle. La ayuda fluye como una caudalosa y límpida corriente de río. La soledad sólo existe si es deseada y siempre hay unos que enseñan a otros a manejar el timón de la vida; el aprendizaje y las lecciones se van encadenando… Aquí sólo lloran en las despedidas, cuando alguien cruza el umbral de la muerte.
─Seguro que no todos dan lo que pueden o no agradecen lo que deberían ─apostilló Ingratitud con desafección y frialdad.
─Todos comparten su vida por igual y dan a quien y lo que consideran oportuno en cada momento, sin esperar nada a cambio. Dan porque nace de sus corazones. Egoísmo y Manipulación no se sintieron cómodos aquí y huyeron muy pronto, se marcharon heridos y demacrados por los espontáneos y generosos gestos de Amor.
─ ¿Y cómo se llama este lugar? ─interrogó Soberbia a Miedo.
─ Es el país de Ensueño Ideal En este país, las profesiones más importantes son las de campesino y cuentacuentos. Siempre trabajan en grupos y no existen los entretenimientos en solitario como la televisión o los ordenadores. Han vuelto a la ancestral costumbre de reunirse para conversar, contar y escuchar cuentos, fábulas y leyendas. En invierno, alrededor de una generosa hoguera, mientras asan castañas y boniatos. En verano, auspiciados por la sombra de los árboles, mientras comen fruta fresca, bayas y piñones…Por cierto, ¿quiénes sois vosotras?, ¿qué buscáis aquí?─quiso saber Miedo.
─Ella es Soberbia y yo soy Ingratitud. Estábamos cansadas de la rigidez de nuestras vidas y decidimos emprender camino para buscar a nuestros padres. Soberbia, a su madre Tolerancia; y yo, a mi padre Perdón.
─El sabio matrimonio formado por Perdón y Tolerancia viven satisfechos y en paz en aquel apartado castillo de la colina del
Draco. Ellos ya no los necesitan, pero les agrada saber que aún siguen cerca…nunca se sabe ─concluyó Miedo en tono misterioso intentando hacer gala de su condición. Con una oscura y sinuosa sonrisa se volvió hacia las nuevas visitantes, iba a preguntarles si querían hacer parte del camino con él…Pero Soberbia e Ingratitud ya se habían alejado de su lado y comenzado a escalar la empinada y tortuosa colina que llevaba al castillo de Perdón y Tolerancia.