El desahucio, es más que una preocupación para miles de personas, es una realidad que se apodera de sus pensamientos, de su ánimo... Por mucho que intenten ignorarlo se instala en el aparador. Las cartas se suceden y afrontar lo que encierran sus palabras se convierte en una pesadilla. Han de decir adiós a su hogar, sí, porque una casa, un piso, no es sólo una propiedad, no son cuatro paredes... Tu casa, es tu lugar en el mundo, donde depositas tu cuerpo cansado, donde haces el amor, donde bañas a tu bebé recién nacido, donde cuidas a tu padre enfermo, donde tus hijos pronuncian sus primeras palabras, donde preparas los guisos más suculentos, donde recibes a tus amigos, donde colocas con esmero aquel cuadro, aquel libro, ese primer dibujo de tu hija...
Tu casa, es donde quieres estar cuando cansado del trabajo, de los otros, de la fiesta, de la vida; te retiras. Donde encuentras el sosiego, donde la felicidad parece que existe, cuando tu viejo sillón acoge tu cuerpo porque el hueco te espera, y te recibe porque te sabe.
Todo es mentira en estos días convulsos. Es mentira que somos propietarios. No tenemos nada.
Durante años, endeudándonos con hipotecas aparentemente posibles de pagar, fáciles de conseguir. Los bancos no ponían demasiadas trabas y nos hicieron creer factible el sueño de todo españolito, SER PROPIETARIO.
“Pagar un alquiler, ni hablar, así tiras el dinero. Mejor pagas la hipoteca, total, si clavas un clavo no tienes que darle explicaciones a nadie”. Consejo que la mayoría de los padres daban a sus hijos en edad de merecer pisito. Creyendo que tenías una casa, lo que adquirías era un deuda de por vida. Una ruina que en menos de lo que podías prever te ha dejado sin ilusiones, sin esperanza, sin ganas de ser quien te creías que eras, y por supuesto, te has quedado sin ser “Propietario”.
Descubierto el engaño, tu vida es del banco al que acudiste esa mañana emperifollado, con el traje de tu boda, peinado con raya al lado y oliendo divinamente. Ese sexapiel que exhibías te convirtió en digno canditado a conseguir “La hipoteca”. Qué contento estabas. Invitaste a los compas de partida a una copa. Ya tenías el piso. Eso es lo que decías... Me he comprado un piso.
Tres años más tarde cuando volviste a negociar con los mismos encantos; ni el traje, ni la colonia... O es que la raya estaba en el lado equivocado... Nada podía convencer al chupasangre que te sonreía amablemente, falsamente, diciéndote: lo lamento, es demasiado tarde.
En la cola del paro, bien de mañana, todos tenemos las mismas preguntas. En la cola del autobús, todos ansiamos que ese viaje sea el que nos devuelva a la rutina. En la cola del supermercado, todos tenemos la esperanza de que la tarjeta no diga basta.
Hasta cuándo podremos aguantar, cuándo vendrán a echarme de mi hogar, dejarme a la intemperie, a la suerte que devora, lo que un día creí mío...