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ISSN 1989-4163

NUMERO 16 - OCTUBRE 2010

Oasis

Ricardo Triviño

Parece que transcurren eones entre los cómics que le impactan a uno. En fin, me vengo a referir, te pones a pensar, ¿cuánto hace de Chris Ware, del último de Daniel Clowes? ¿Cuánto ha pasado desde el descubrimiento de Scott McCloud? Bueno, del Pinochio de Winshluss no hace tanto, en realidad, pero parece que acabe de atravesar un desierto.

No me refiero aquí a las grandes obras. Hablo más de la experiencia personal acerca de los trabajos que impactan en nuestra retina o en nuestros tímpanos o en nuestras almas o entrañas. Puede haber obras maestras que pasan ante nosotros y simplemente no nos llegan de la misma manera que aquella página de aquel cuento mediocre denostado por la crítica. Que se joda la crítica. Ése es mi cuento y aquél fue mi momento intransferible.

Tendría que ver algo más con la fascinación y de lo irrepetible de "la primera vez". No sé cómo pero parecía que el desierto no se acabara nunca (y, tal vez, apenas era el trayecto desde la playa al aparcamiento). Travesía de Aude Picault me encantó, me reí con Not quite dead de Shelton, grandísimo Nonnonba, desolador lo último de Peter Bagge, La herencia del coronel casi me lleva al suicidio. Vamos, este no ha sido el desierto que describe Baudelaire.

Pero entonces está el Cómic, el Tebeo. Lo había visto en la estantería, me había llamado la atención el título: Hervir un oso. Me traía a la cabeza el título de Burroughs y Kerouac, Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, constatación de una fuerza demoledora. La portada, una especie de feria de monstruos, tampoco me dejó indiferente. Incomprensiblemente, existen las exposiciones que uno tarda en visitar, o no visita, aunque tenga pases gratuitos y dos porteadores para llevarlo en volandas.

Cada día lo miraba y descubría una cosa nueva. Editorial Belleza Infinita... Hay que tenerlos muy cuadrados para ponerle ese nombre a tu editorial porque te exige un nivel de calidad constante, incesante. ¿Jonathan Millán y Miguel Noguera? ¿Españoles? ¿Un tebeo español que no es de El Jueves ni una parodia de un best-seller, ni siquiera una obra de Carlos Giménez o una novela gráfica de corte biográfico y sentimental que pretende más de lo que consigue?

Y no lo abría. Aunque finalmente lo abro. Lo abro un día, sobre las once. ¿Qué me encuentro? "Un hombre de cromagnon muy guapo", "Un caballo se come a un niño". ¿Qué es esto? ¿Son chistes? Hay como mini historias, fragmentos de una realidad extraña. Por unos momentos pienso en el genio de Miguel Brieva. Hay surrealismo y hay un humor teñido, empapado, ahogado de mala leche. Pero Millán y Noguera no construyen exactamente chistes.

Crean cosas raras. Esto es una definición terrible, lo sé. Hacen reflexiones patafísicas sobre una realidad extraña que es la nuestra, de manera hiperbólica y atroz, mezclada con algunas ideas extraídas de algún viaje por un cielo cargadísimo de diamantes. Narran cosas superficiales que, observadas desde un punto infinitamente pequeño, resultan cegadoras; o revuelven pensamientos que nunca había caído en unir, ni en la posibilidad de que pudiera llegar a darse.

Hervir un oso me desborda. Estoy ante algo que antes no había visto, que es completamente nuevo para mí, por eso soy incapaz de explicarlo. No tengo esa cualidad. Tal vez, Álvaro Pons nos ilumine desde su cárcel, no sé. Yo simplemente he estado en este oasis y os lo señalo por si estuvierais a punto de desfallecer. Está genial.

Me siento ahora que he vuelto al camino, a los kilómetros sin alambrada del desierto. Matador. No por nada hemos pasado septiembre... Mes atroz. Sin embargo, por suerte, ahora tengo la cantimplora llena, repleta a rebosar. Creo que podré aguantar.

Hervir un oso

 

 

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