Mayte Martín convierte en música todo lo que toca. Esta afirmación puede parecer una obviedad, al fin y al cabo es de lo que se trata cuando hablamos de un músico, pero sólo hay que mirar alrededor para ver que no está de más el apunte; prolifera tanta música enlatada (o peor aún: el oportunismo musical) que encontrar una pizca de autenticidad constituye un verdadero milagro.
Su último trabajo lleva por nombre ALCANTARAMANUEL, juego de palabras donde las letras hacen malabarismos para conjugar los dos materiales preciosos de los que se compone: la poesía de Manuel Alcántara y la música con la que Mayte Martín ha vestido los poemas del malagueño.
Desde siempre la música y la poesía parecen retroalimentarse. No se sabe qué pudo ser antes pero la vida se ha empeñado en ponerlos en el mismo camino tantas veces que hemos acabado acostumbrándonos a verlas unidas, paseando de la mano, como dos enamorados. Igual sucede con algunas parejas: en ocasiones se ha tratado de encuentros de conveniencia, acordes a intereses o al momento que los reclama; una efeméride siempre ha sido una buena excusa para que algunos músicos saquen el disco de turno. A veces con excelentes resultados, otras el peso del marketing o del oportunismo ha sido mayor que su calidad y los ha condenado al olvido.
No es éste el caso. El CD de Mayte Martín está hecho para emocionar y, por lo tanto, para pervivir. No responde a fechas, no desprende aroma de efeméride. El encuentro de los poemas de Alcántara con la música de Mayte Martín fue un flechazo; se produjo por puro azar, un affaire que ha terminado por convertirse en el compromiso firme que la cantante (en este caso intérprete y compositora) adquiere con los poemas de Alcántara.
El universo musical de Mayte Martín es extenso e impredecible; abarca lo que abarca su capacidad para empatizar con los diversos tipos de música de los que ella misma se compone. Con los poemas de Alcántara le sucede lo mismo, ha empatizado hasta tal punto que los ha hecho suyos sin que eso implique desprenderlos de su propia musicalidad, esto es de su identidad. Mayte Martín ha buscado el “paisaje sonoro” de cada poema, en palabras de la cantante y, a juzgar por el resultado, ha terminado dotando a cada uno de ellos de su propia estampa musical. Puede que más que una estampa, pues las canciones no son cuadros estancos sino un paisaje en permanente movimiento, como el paisaje sesgado, irreal, fantástico que vemos desde la ventanilla de un tren en marcha. Tal vez por eso es difícil encuadrarlos dentro de un género concreto porque cada canción contiene –desde la sencillez de su concepción- a cada poema sin aniquilarlo y lo recupera convertido en otra cosa.
Puede escucharse cada tema de manera exenta, pero el CD alcanza su máxima expresión en una escucha del conjunto como corpus, como un todo formado por muchos todos.
Los paisajes sonoros responden a distintos ritmos: alegrías, bolero, blues, tango, etc… Y, curiosamente, el resultado final termina por convertirse en una suerte de fiesta donde conviven las músicas en perfecta armonía, sin agredirse, cediéndose el paso y a la vez reivindicándose únicas, autónomas.
El disco se abre con un tema que recupera su eco musical en la canción con que se cierra el disco: “Por la mar chica del puerto” y “no pensar nunca en la muerte”, constituyen apertura y fin; dos poemas antagónicos que, paradójicamente, terminan compartiendo lo esencial: un paisaje. Vida y muerte se aúnan así al principio y al final del disco en un intento logrado de transmitir la idea de un viaje musical durante el que se suceden paisajes de una belleza de la que es imposible sustraerse. Parece mentira que la misma melodía, ubicada en espacios diferentes pueda llevarnos a sitios tan distintos. Hacernos ir de la euforia a la congoja, con esa facilidad, después de pasear por las calles de Málaga en plena posguerra o por exilios ajenos que son también propios, después de “excusas a Lola”, el poema que Alcántara dedicó a su hija o los homenajes que el poeta hizo a Manuel Altolaguirre, Picasso o Miguel Hernández. Todos ellos pasean por el disco de una manera tan natural, como si siempre hubieran estado ahí, esperando que Mayte los rescatara para transformarlos en la música en que finalmente se han convertido.
Una joya de orfebrería, ALCANTARAMANUEL, hecho con amor –y se nota- por Mayte Martín, para emocionarse y emocionar, con esa intención: “si es que se puede llamar intención a aquello en lo que se traduce lo que brota de uno involuntariamente”, dice la cantante y compositora catalana. Ahí queda eso. Sin pretensiones. No se puede pedir más.