A PUERTA CERRADA
Los domingos por la noche
cerrábamos el bar y nos quedábamos
a dedicarle al día
la noche que se había ganado a pulso.
Arrastrando el cansancio y sin ideas
claras de lo que hacer en este mundo,
aunque todo pasara muy deprisa
parecía que no iba a amanecer nunca.
Sin embargo, después de haber bebido
y haber discutido y habernos acercado
a la calle Santa Rita
(los niños allí saben
distinguir a los policías de los camellos)
dejábamos, sencillamente,
que el sol viniera a deslumbrarnos.
BORN SLIPPY
Estoy detrás de la barra de un bar
mientras toda la ciudad
exige que salgamos
de un país invadido.
Empiezo
a odiar esta profesión.
Me prepararé un tirito de nieve.
Siempre me habían dicho: “Has de elegir la vida:
Elige un buen empleo, una carrera.
Elige una familia;
un piso piloto, pagar
hipotecas a interés fijo,
un televisor grande que te cagas,
elige lavadoras,
coches y abrelatas eléctricos;
Elige la salud: colesterol
bajo y seguros dentales; Elige
a tus amigos; Elige ropa deportiva
y maletas a juego;
pagar a plazos un traje de marca
y preguntarte quién coño eres los domingos
por la mañana; Elige sentarte
en el sofá a ver teleconcursos
mientras llenas tu boca de comida basura;
Elige pudrirte de viejo
cagándote y meándote
encima, en un asilo miserable
siendo una carga para los niñatos
que has engendrado para reemplazarte.
Elige tu futuro.”
Pero ¿por qué iba yo
a querer hacer algo así?
Yo elegí no elegir la vida.
Yo elegí otra cosa.
¿Y las razones?
No hay razones. ¿Quién necesita
razones cuando tienes cocaína?