¿Es el caso Malaya una causa representativa de los tiempos que vivimos? ¿Es todo corrupción, chanchulleos inmobiliarios y golfos apandadores enquistados en los ayuntamientos? Los imputados, una serie de personas – casi personajes- que se han enriquecido al margen de la ley, irán a la cárcel o seguirán sentados en sus poltronas, pero sea cual sea el veredicto del juez, la realidad es que llevan cuatro años saliendo en televisión, en horario de máxima audiencia, contado sus asuntos del bajo vientre y dando lustre al modelo caciquil marbellí. Los programas del corazón, o del higadillo, consienten la corruptela y llenan, con su “todo vale” y su muy conveniente “libertad de expresión” los bolsillos de unos ladrones que acumulan mil días haciendo negocio sobre las cenizas de la mayor estafa jamás perpetrada en la Costa del Sol.
Señor Cachuli, chorizo, jeta, mangante: no nos cuente sus historias de cama con la folklórica que le blanqueaba la pasta y que se desquita entre lagrimones insultándole en los escenarios. Devuelva todo lo que ha robado, cierre la boca y cumpla su condena. Y todo lo demás, peinetas, romerías y mamandurrias, métaselo por la Malaya.