I
En una mañana de octubre, Teka se encontró flotando en un mar
inconmensurable.
Un mar que la envolvía y que la había vuelto ingrávida. Flotando a la
deriva, recordó con serena emoción el día previo a su llegada a este mar amniótico
que la llenaba de paz.
Rememoró con cariño la conversación que había tenido aquella noche con
su querido amigo Ébano.
—¡Ébano, despierta! He de salir de aquí. ¡Ayúdame, voy a morir!
—Tranquilízate Teka. Y, por favor, deja de gritar. ¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? Ayer la oí a ELLA decirle a ÉL que estoy coja, que
soy un trasto.
—¿ELLA dijo eso? Qué extraño. Sabes que te quiere, que eres de lo más
preciado que tiene.
—¿Que me quiere? Pues yo lo único que quiero es irme. Quiero vivir en
el mar. En el mar sería libre para vivir e incluso para morir. El manto azul del
mar como único color, como único horizonte. En sus aguas flotaría dejándome
arrastrar por la corriente que me llevaría a recónditos lugares. Mecida entre las
olas, recorrería el mundo entero y cuando estuviera exhausta de tanta vida, varada
entre unas rocas, envuelta en una sábana de sal, por fin descansaría. Sí, estos son
mis sueños y lo que no quiero es que ELLOS decidan por mí. No, Ébano, ahora
no estoy preparada para morir.
—No seas absurda, Teka. Nadie está preparado para morir. Nunca es el
momento; pero eso ni tú ni yo lo decidimos.
—¡Oh, querido amigo, me enerva tu sumisión!
—No lo entiendes, Teka. La aceptación que demuestro no es sumisión, es
la realidad de la vida. Tú, aunque quieras ir al mar, nunca irás: tus patas no son
piernas. Les llamaron patas por llamarles algo, pero estás fija a este lugar y tanto
ELLA como ÉL son los que deciden y ELLOS, aunque te pese, saben lo que se
hacen.
—¡Ébano, no puedes estar hablando en serio! ¡Te mordería si
tuviese dientes! Y entonces, ¿para qué sirven tantos años vividos, tantas
conversaciones? Acuérdate durante cuantos días estuvieron ELLOS aquí sentados, hablando de la libertad. De la importancia de elegir la vida que uno
quiere vivir, del amor y del respeto a todos los seres. Yo todo lo que sé lo aprendí de ELLOS. Escuché con deleite las miles de aventuras que habían vivido.
Admiraba, por encima de todas, las que hablaban del mar y la libertad.
—¡Oh sí, claro, querida Teka, me acuerdo! Pero nosotros solo somos un
asiento para su comodidad. Cuando ELLOS hablan de libertad, es de su libertad,
ignoran el sufrimiento de los demás. Perdona, Teka, pero pienso que tantas y tantas
conversaciones solo han sido montañas de palabras huecas; hermosas, sí, pero
vacías, carentes de significado. No sé si para ELLOS, pero seguro que para
nosotros sí, o al menos para mí. Tú les perteneces, pero no eres parte de ellos,
ninguna de sus palabras eran para ti.
—Si eso que dices es así, mi vida no habrá tenido ningún sentido. Ébano,
cuando nos llevan a la terraza podemos ver el mar. Es real, no soy una loca que se
ha inventado una quimera.
—Sí, el mar es real, pero ¿es real la libertad?
—Sí, porque es mi verdad.
—De acuerdo, Teka, es posible que el mar sea tu verdad. Pero te has
apropiado de una verdad que no te pertenece. Pero por favor, Teka—continuó Ébano diciéndole suavemente—. Deberías de empezar a asumir que eres una silla
de madera, ¿no crees? Una silla preciosa pero nada más, al igual que yo. Solo
somos unos simples muebles de madera.
—¿Una simple silla? No y no. ¿De verdad, no te das cuenta? Yo siento que
en esta etapa de mi vida, con todo lo que he vivido, cuando oigo que ya no soy útil me desespero. Ahora que para mí todo cobra sentido, ahora que cada día y
cada rayo de luz es un tiempo precioso y digno de vivir, la oigo a ELLA decir:
“Esta silla cojea y el respaldo se mueve”. ¿Entiendes lo que eso significa?
—Sí, lo entiendo perfectamente. ¿Eso fue lo que dijo ELLA?
—Sí. Y ÉL, ¿sabes qué le contestó? Adivina Ébano, ¡¿te imaginas lo que
contestó?!
—Quizá, pero no grites, necesitas serenarte.
—Dijo: “Oye, pues este invierno al fuego. En la chimenea dará unas
buenas brasas”. Eso fue lo que ÉL dijo y sé que lo hará. ¡Oh, Ébano! Me asusta
tanto el fin.
—Estás asustada, es normal, pero debes tranquilizarte.
—¡La chimenea! ¡Cómo la odio, Ébano! Es repulsiva, qué miedo siento
con su enorme boca negra... Pero no puedo acabar así. Yo no soy un palé de los
que ÉL trocea para alimentar al monstruo. Yo soy Teka. ELLA me trajo aquí desde
los confines del mundo. Sí, soy una silla, pero no soy una rama muerta. Vine viva
de una hermosa selva de Indonesia. De allí es de donde procedo.
—Sí, Teka. Sí lo sé. Pero la realidad es esa chimenea que hay en el salón,
que es insaciable que nos va tragando y nos tragará a todos. En fin, necesitas
tranquilizarte y descansar.
—¡Basta, de decirme que me tranquilice! No, esta noche no, no quiero
tranquilizarme y tampoco quiero dormir. Por favor, amigo mío, miremos el mar
aunque sea a través de las persianas; allí, a lo lejos, su brillante presencia me
consuela. Mira, Ébano, qué calmado está. Es tan hermoso, alumbrado por la luna.
En el mar, en ese enorme espacio líquido, sería libre, no importaría la cojera, ni el
tiempo. Ébano, escucha su incesante canción, y míralo bailar, viene y va... viene
y va...
II
En la soledad del mar, flotando envuelta en aquel arrullo, Teka recuerda
cómo al final, aquella noche, Ébano y ella se quedaron dormidos. Y cómo de
repente el murmullo del mar se convirtió en un bramido, un estallido ronco y
profundo que la despertó, el tiempo justo de ver como una ola inmensa avanzaba
hacia la casa, arrastrando todo lo que encontraba a su paso. Imparable aquella ola
gigante vino a buscarla y se la llevó para siempre a su ansiado mar.