En estos pies camina todo el mundo.
En esta esquina empieza el universo.
Benjamín Valdivia
I
En estos pies cansados ya a lo lejos
el mundo no camina.
Como si no existiera
indicio que seguir.
Desde su transparencia anquilosada
el aire indica que no persisto más
en mí.
Me acecha el tiempo
en su no estar eterno
con lapidaria gula
de reloj:
tic tac / tic tac / tic tac.
["–Pero son nada más palabras.
–Exacto, hijo. Igual que todo lo demás”].
La vida
es un llegar inmóvil
(en el carruaje ardiente de la voz).
Y un retorno silente de tanto no llegar
allá
donde el olvido
oficia en las tinieblas.
Si al principio
se hizo carne el verbo
y me habitó
hoy en mi cuerpo vacío de lenguaje
se apaga el universo.
II
Una garza gris–noche
casi se confundía
con la luna naciente.
Pensé en una cometa
delineando perfiles en su huida.
Quisiera volar fantasmas
que ondeen
sobre los aires
y alimenten las plegarias
que aún no llegan al cielo.
Podríamos agregarles a esas aves impalpables
los sentimientos más plenos
que tuviésemos guardados:
la risa / los entusiasmos / el prolífico sendero,
de las voces que no hubieran
hallado sometimiento.
Y para las almas mudas
sedientas
de manantiales
que broten de un parpadeo
–los guiños que de tan breves
portan unos ojos francos–
y esos corazones rotos
que flotan sobre las aguas,
quisiera urdir
un silencio
tan grande como la nada
construido con las migajas
que derrama la nostalgia.
El hilo que de mi mano
revolotea fantasmas y tonos
que no se miran
retorna y trae en sus alas
el discreto sortilegio,
el fulgor insatisfecho,
del relámpago hecho sombra
sobre una piedra,
dormido.
