Con más de setenta palos encima, Jeff Bridges se ha ido a la televisión para echarse a las espaldas un thriller de siete capítulos, The Old Man (Disney), que básicamente cuenta la resurrección de un asesino jubilado de la CIA. Está claro que ni los años, ni las canas, ni siquiera una grave enfermedad o una reciente quimioterapia han logrado hacer mella ni en sus dotes interpretativas ni en el hechizo de su presencia física; Bridges lo mismo se lía a tiros y hostias contra peligrosos esbirros de la agencia a los que dobla la edad que se liga a una atractiva Amy Brenemann a la que saca casi quince tacos. Dándole la réplica hay otro abuelo con solera (John Lightow), un secundario de esos que roba todas las escenas hasta de espaldas y que además ya parecía viejo cuando era joven.
No hay fecha de caducidad para los actores masculinos en Hollywood. Liam Neeson protagonizó Venganza (2008) al borde de los sesenta, una magnífica película de acción francesa que dio inicio a una rentable franquicia donde primero le secuestran a la hija, luego a la ex mujer y supongo que seguirán con cuñados, yernos y animales domésticos. Con casi setenta años, Neeson todavía almacena suficientes reservas de poderío físico (más una nariz recuerdo de sus tiempos de boxeador aficionado en el Ulster) como para enfrentarse no sólo a la mafia albanesa sino a la incredulidad del público. Otro tanto le ocurre al medio siglo de Keanu Reeves con el personaje de John Wick (2014), un ex asesino profesional que tiene que volver a las trompadas por culpa de unos desaprensivos que le roban el coche y le matan el perro.
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En cambio, salvo raras excepciones (Meryl Streep, Julianne Moore y pocas más), las actrices dejan de protagonizar papeles atractivos no ya pasada la cincuentena sino apenas rebasan los treinta y cinco. En el documental Buscando a Debra Winger (2002), Rosanna Arquette se pregunta por qué la gran actriz desapareció de las pantallas en plena gloria, pocos años después de su prodigiosa actuación en Tierras de penumbra (1995), y la única explicación plausible, tras entrevistar a docenas de estrellas (Charlotte Rampling, Meg Ryan, Vanessa Redgrave, Laura Dern, Holly Hunter, Teri Garr, entre otras) es que la industria del cine no quiere saber nada de arrugas femeninas.
Es una pena y una injusticia flagrante que tantas brillantes actrices se hayan visto obligadas a retirarse justo cuando más experiencia tienen, cuando más arte, más recursos y más emoción pueden ofrecer a la audiencia. En cuanto a los tributos del aspecto físico, nunca entenderé ni el culto exclusivo a la juventud ni la absurda idea de que la belleza de una mujer se marchita desde el momento en que le caen encima cuatro o cinco décadas. Hay que ser muy tonto (o bien Salvador Sostres, perdón por el pleonasmo) para pensar eso. Pasados los cincuenta, Monica Bellucci hizo una breve y fulgurante aparición en Spectre (2015), en un fugaz romance con Daniel Craig, y sería bastante difícil encontrar una sola chica Bond que resista la comparación.
Hay actores a los que la calvicie, las arrugas, las canas e incluso la vejez les sientan como a Bellucci la lencería fina. Por citar sólo un par, Sean Connery y Jonathan Banks (el inolvidable fontanero criminal de Breaking Bad y Better Call Saul) son ejemplos perfectos de tipos que alcanzaron el cenit de su talento cuando ya habían perdido todo el pelo y el tiempo les dibujaba un Rembrandt en la cara. Qué puta lástima que no podamos contemplar a tantas grandes intérpretes madurando como los buenos vinos, en primer lugar porque apenas se escriben papeles para ellas y en segundo por esa estúpida y machista costumbre de intentar clavarlas a la juventud como mariposas. En Feud, la teleserie de FX donde se narra la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford durante su época de decadencia, hay un momento en que Robert Aldrich, director de ¿Qué fue de Baby Jane?, se jacta de haber inventado el cine de viejas ("vieja exploitation" lo llama), un subgénero de terror en que las actrices maduras sólo sirven para dar miedo. El hecho de que Jessica Lange (que interpreta a Joan Crawford aprovechando un interminable rosario de operaciones de cirugía estética) haya protagonizado varias temporadas de American Horror Story viene a demostrar que Aldrich, por desgracia, no andaba muy desencaminado.