Domingo. El día de descanso. Hay clases varias, varias clases de sonambulismo. El sonambulismo deambulante de zigzag acompasado y ojos abiertos, el sonambulismo funambulista que bordea los precipicios con la suerte de sortearlos también con los ojos más que abiertos y el sonambulismo de ámbito quizás lúdico de ojos cerrados. El que orienta. El que se la juega. Este es el del paseo obligado de esta mañana de Domingo. Te encontraré pues poseo esa fe inconstante pero segura de sí misma.
Arenas negras. Orilla activa. Corriente nula. No espuma.
Persecución de Domingo. Me adentro en el mar de dentro de los adentros. El mar nuestro. Nuestro mar. Mare Nostrum. Paseo sobre las aguas de la única manera que se puede pasear. Descalzo. Este es el punto “C”. Celebración. Tras rezar el sortilegio secreto que no revelaré porque perdería su condición de secreto, y si hubiera una próxima vez no surtiría efecto, me sumerjo a plomo varias brazas, muchas brazas. Las suficientes hasta que te veo anclada pero desubicada en el fondo. Esperándome. Cimbreante. Contoneándote gelatinosamente para mí la canción de The Brian Jonestown Massacre. Con los ojos abiertos. Nuestra canción. Te he encontrado de nuevo, Anémona. Volvamos a la cama.
No espuma. Corriente nula. Orilla retroactiva. Arenas negras.
Es Domingo. El día de descanso. Todo puede pasar en Domingo hasta que pase lo que tenga que pasar. Quizás que no te encuentre el resto de la semana.