Circula por el mundo de la crítica literaria una idea que, formulada de un modo sucinto, viene a decir que con los buenos sentimientos se hace mala literatura. Y de esa convicción, alimentada por abundantes ejemplos tendenciosos, resulta muy difícil zafarse. Se podría contradecir esa idea con libros de Albert Camus, Antoine de Saint-Exupéry o Charles Dickens que, como resulta bastante notorio, desmienten el dictamen, pero quizá ni merezca la pena. La buena literatura (¿será necesario repetirlo una vez más?) burbujea en volúmenes donde los sentimientos de fondo no importan tanto como la formulación puramente estética con la que el autor los envuelve. Y ahí sería donde llegamos a escritoras como Poldy Bird… En Cuentos para leer sin rímmel (publicado originalmente en 1971), la narradora argentina no se arredra a la hora de explayar sus lágrimas, sus melancolías, sus temblores íntimos, sus añoranzas. Desde la primera página se dispone a mostrar que cada uno de sus libros aspira a erigirse en un volumen emocionante; es decir, en una reunión de hojas en las que el lector se sienta impregnado, sacudido, asaeteado, vencido por un vendaval de sentimientos. Da lo mismo que el resultado pueda ser juzgado de ñoño o de sensiblero, porque lo que al final importa es haber conseguido conectar con el corazón de la persona que lee. Y en ese ámbito, Poldy Bird es una maestra consumada, capaz de trasladarnos el dolor que bulle en los ojos de un niño (“Ya vendieron el piano”); las lágrimas por una muerte juvenil inesperada (“Respuesta”); la resistencia emocional de una chiquilla ante el fallecimiento de su madre (“Esa no era mamá”); la convicción amorosa de que un abuelo puede ser la persona más importante del mundo, y que jamás nos olvidamos de él (“El abuelo en la Apolo”); la certidumbre de que recordar con cariño a una persona fallecida nos permite mantenerla con vida en la memoria (“Para eso estamos los amigos”); la tristeza desoladora de quien no consigue sacar de la pobreza a su mujer y sus hijos (“Un aujero en el zapato”); la entereza de una anciana que, a punto de ser operada y sabiendo que no saldrá del quirófano, se va despidiendo en silencio del mundo que la rodea (“Última vez desde esta ventana”); la preciosa renuncia lánguida de la amante que elige no acudir a la cita final con un hombre casado, para inventar mejor la despedida (“Un llanto azul”); o ese regalo que ya no llega a tiempo de suturar la herida causada por el desamor (“Violetas para nadie”)… Historias valientes, tiernas, dulces, amargas, que no se dejan vencer por los prejuicios del pudor y que nos proponen que bajemos el escudo defensivo y sonriamos, lloremos, nos dejemos sacudir por las emociones humanas. Refugiado en esa inocencia, el lector accede a un mundo maravilloso e inolvidable, donde los cuentos activan sus resortes interiores con singular eficacia. Muy grande, Poldy Bird. Toda una experiencia.