AGITADORAS

 

PORTADA

 

AGITANDO

 

CONTACTO

 

NOSOTROS

       

ISSN 1989-4163

NUMERO 107 - NOVIEMBRE 2019

 

Y el Juego Continúa... (Episodio 2)

Bel Carrasco

                                

                                              Descendientes

 

                                              Episodio 2. Hambre

 

Invernalia

        Acaba de amanecer cuando una horda de individuos armados asaltan la aldea. Matan a los hombres que se interponen en su camino y, una vez eliminado cualquier atisbo de resistencia, violan a las mujeres y, ya saciados se apoderan de todo el grano y ganado que encuentran.  Antes de huir con su botín prenden fuego a las cabañas que arden como teas. El día siguiente los habitantes del castillo de Invernalia presencian con indiferencia la llegada de dos carros cargados de mujeres con la ropa hecha jirones, embarradas, malheridas y catatónicas; de niños llorosos y convulsos de ojos desorbitados. La carga macabra no les indigna ni asombra. Están acostumbrados a ese tipo de espectáculo. Mientras, en el salón del trono, la Reina Sansa preside el consejo, junto al maestre Pymperión y sus abanderados. El capitán de la guardia irrumpe con estruendo metálico y un soplo de aire helado.
        Capitán—¡Los forajidos han atacado de nuevo, mi Reina! Las aldeas de Torresena y Pozofrío han sido arrasados a hierro y fuego. Hemos rescatados a unos pocos supervivientes pero no sabemos dónde instalarlos porque los refugiados desbordan el espacio disponible en el castillo.
        Se alza un rumor de rabia y consternación entre los presentes.
        Voz anónima—¡No debimos confraternizar con los salvajes! Esos traidores desagradecidos acabarán con nosotros.
        Capitán—Los bandidos no pertenecen a los clanes de los Hombres Libres. Hemos capturado a varios y son norteños, muchos de ellos antiguos soldados.
        Voz anónima—¡¿Y por qué esos cabrones se dedican al saqueo y al pillaje?!
        Pymperión—¡Hambre! Cuando ya no quedan animales en el bosque, el lobo baja al valle a cazar ovejas. El hambre es la peor consejera  porque enloquece y embrutece a los humanos. Los hace peor que las bestias. Por eso no acabarán las matanzas mientras unos tengan un trozo de pan, y otros la barriga vacía y nada que llevarse a la boca.
        Los presentes se ponen en pie y gritan todos a la vez, enfurecidos.
        Sansa—¡¡¡Silencio!!!...Sé muy bien lo que está sufriendo mi pueblo. Lo que hemos sufrido. Fuimos nosotros quienes, heroicamente y a costa de muchas vidas  detuvimos el avance de los Caminantes Blancos. Salvamos a los Seis Reinos de un ignominioso final. Merecemos que las tierras del sur nos ayuden a superar este largo invierno sin pastos ni cosechas. Escribiré un mensaje a mi hermano el Rey Brandon el Tullido para que nos mande alimentos. ¡Pymperión, envía un cuervo!
        Pymperión—Lo siento, Majestad, no tenemos cuervos. Nos los hemos comido.
        Sansa—Pues entonces un mensajero veloz a Desembarco del Rey.
        Pymperión—Ojalá pudiera, mi señora, pero los únicos jamelgos que nos quedan no están para muchos trotes. De hecho, pensábamos sacrificarlos para que no sufran más y de paso echar un poco de carne al caldero, que buena falta nos hace.
        Sansa reprime su enfado mientras estalla otra vez el vocerío. Uno de los caballeros presentes, joven y apuesto, se postra ante ella tras ejecutar  una gentil reverencia.
        Caballero—Si me disculpáis, Majestad, me gustaría ofrecerme a llevar personalmente vuestro mensaje al Rey Tullido. Poseo un par de corceles briosos y podría llegar a Desembarco en unas pocas jornadas. El tiempo apremia.
        Sansa—Me quitáis un gran peso de encima, amable caballero, y acepto, encantada vuestra propuesta. Pero perdonad, ¿cuál es vuestro nombre? Es la primera vez que os veo.
        Caballero—Soy August Mormont, nuevo Señor de Isla del Oso. Acabo de llegar de Volantis donde mi familia tiene sus negocios para ponerme al frente de mi casa tras la muerte de mi prima Lyanna Mormont.
        Sansa—Bienvenido pues a Invernalia, lord August. Vuestra prima fue muy valiente, una pequeña gran mata gigantes, y sé que vos estaréis a su altura.
       
Fortaleza Roja
       
        Podrick Payne intenta sin éxito ajustar la armadura a Brienne de Tarth, que resiste sus embates con expresión torva.
        Podrick—Lo siento, mi señora. No puedo ajustaros bien el peto y la pancera. Me atrevería a decir que habéis ganado algo de peso.
        Brienne—¡¿Algo de peso?! No me vayas con rodeos. Me he puesto gorda como una vaca. Tengo las tetas y el vientre hinchados como odres.
        P.—No será que estáis...
        Brienne lo mira furiosa.
        B.—¿Qué insinúas, mentecato? ¿Embarazada yo? ¡Imposible!
        P.—Por lo que yo sé, en Invernalia os calentabais por las noches con algo más que con pieles de lobo.
        Perpleja, Brienne frunce el ceño y pasea por la estancia rascándose la cabeza. Se detiene y esboza una amplia sonrisa.
        B.—Por los Siete Dioses. Puede que no andes desencaminado. Pensaba que mi enorme apetito era fruto del hambre que pasé en el norte, pero lo cierto es que tengo una boca que alimentar en las entrañas. ¡Quién lo iba a decir! Tendré que encargar una armadura nueva, aunque no sé si los herreros sabrán adaptarse a mis medidas cuando esto vaya a más y me crezca la  panza.
        P.—Acostumbran hacerlas para caballeros barrigones. Las hay muy logradas porque permiten mayor ornamentación y florituras.
        B.—¿Sabes si alguna ley prohíbe a los caballeros amamantar a sus vástagos?
        P.—No debéis preocuparos por eso. Si el niño es hijo vuestro y de quien sospecho, ya sabrá cómo alimentarse.
       
Khunaleesi

        A vista de pájaro, la isla del volcán es una luna menguante en medio de un mar azul intenso, rodeada de un anillo de un color verde claro. La costa del lado convexo, orientada al oeste es un imponente acantilado de roca blanca cortada a hachazos. La del otro lado, una larga cinta de arena dorada que se extiende entre una sucesión de calas rocosas y la playa de cantos rodados donde reposa Drogon. A la sombra del volcán, se extiende una tupida jungla aparentemente  impenetrable.
        Daenerys camina por la orilla arrastrando de una soga un cofre maltrecho cubierto de algas secas y moluscos incrustados.  Jadeando por el esfuerzo, llega hasta Drogon y lo abre.
        Daenerys—Despierta, dragón. Mira lo que he encontrado en esas calas que hay al final de la playa. En la orilla flotan maderos, velas rotas y otros restos de algún naufragio. En esta caja hay cuchillos, copas, agujas e hilos, telas, pedernal, piedras de amolar y otras cosas que nos serán muy útiles. Mira, mira.
        El dragón levanta la cabeza y lanza un débil rugido.
        D.—¿Qué te pasa dragón? Te veo muy alicaído, todo escamas y huesos. Debes de tener mucha hambre. Pareces agotado, tal vez enfermo. No te preocupes, yo te cuidaré. Voy a tejer unas redes y pescaré para ti. Abre los ojos, amigo y admira este maravilloso lugar. Detrás de las dunas hay un riachuelo de aguas cristalinas y seguro que encuentro frutos y bayas. Yo también tengo el estómago vacío.  Podemos ser felices aquí, estar tranquilos. Esta noche he tenido terribles pesadillas. He visto asesinos con máscaras doradas que querían matarme, legiones de muertos vivientes que avanzaban como una marea imparable, ciudades arrasadas por el fuego, montañas de cadáveres calcinados... Si esas imágenes forman parte de mi memoria, prefiero no recordar nada. Ser nadie ni nada para siempre jamás. Dime, dragón, ¿sabes tú cómo me llamo?

 

 

 

 

 


 

 

Juego de tronos

Sansa 

 

 

 
@ Agitadoras.com 2019