Siempre he amado la música, pero nunca he sido capaz de tocar, tañer, pizcar, soplar, ni siquiera percutir ningún instrumento aunque puedo afirmar de manera categórica que comparto la curiosidad del enigma del porqué de la tiranía de las teclas blancas sobre las negras en el escenario de un piano. Soy conductor de hormigoneras y no puedo parar, la mercancía que transporto se echaría perder y la construcción sin el producto que la sostiene no tendría ningún sentido. Yo algún día me gustaría sostenerme. La construcción con el tiempo no sería capaz ni de convertirse en ruinas. Yo quizás. Y las ruinas son necesarias para apreciar las cosas. Sí, tengo que estar constantemente girando, sin parar. Quizás por eso me llamo Keepy Moving y siempre oigo o canto música dentro de la cabina de la hormigonera.
-Y como yo me llamo Mary aunque acabarás llamándome Bloody Mary, te juro por lo más sagrado que es nuestro relicario con las imágenes de nuestros rostros ajados por los fenomenales temporales eventuales, tatuado en nuestro esternón y su réplica en imán adosado a nuestra nevera, incluso ese mismo relicario bajo tu espejo retrovisor mirándote a ti y hacia lo que dejas atrás, que si vas otra vez a ese campeonato de hormigoneras para ver quién aguanta más sin solidificar el hormigón y desfilar y hacer pruebas inútiles, me iré sin remordimientos innecesarios ni bruxismos superfluos, Keepy Moving. Déjate solidificar.
Solidificar esa es palabra. Cuando empecé a conducir hormigoneras al principio solíamos bailar lento la canción de Jimmy Fontana. Ya empezaba a apuntar maneras:
“Gira, il mondo gira
Nello spazio senza fine
Con gli amori appena nati
Con gli amori già finiti
Con la gioia e col dolore
Della gente come me”
Lo cierto es que ahora me dirijo al campeonato. Suena el adagietto de la quinta de Mahler. Los campeonatos, mensuales, comienzan con el crepúsculo así que el cielo irrumpe en la escena con sus colores homologados: color agua, color grava, color arena, color cemento y colorante de ciertos aditivos carmesíes que convierten a ese cielo en color hormigón.
Yo suelo llegar solemne y ceremonioso, al borde de lo litúrgico. Mayestático. Esta edición, también. Impresionar como siempre al jurado. Todos del gremio de la construcción: arquitectos, ingenieros, encofradores, delineantes, paisajistas, maestros de obras, geólogos, encofradores... Agitadores todos. Sabios del no parar.
Después del ritual del anhelado desfile marcial ante la tribuna del jurado amparados por el megáfono que precipita la Danza de los caballeros de Prokofiev, todos asumimos que es el preámbulo que precede a las pruebas al primer toque de arpa de boca a cargo del presidente del jurado, un albañil oficial de 1ª.
La prueba del slalom que abre el torneo hay que hacerla con sumo cuidado bailando a lo Jervis Cocker, sobre el depósito de la hormigonera cuando descarga el producto. Luego está la prueba de las eses al estilo shoegazing de The Jesus & Mary Chain, del giro reversible, de la L invertida, del estacionamiento sin parar en el túnel del tiempo, de la rampa con nula visibilidad y rozando el borde del abismo. Mucha música, mucha precisión, mucha música. Suena de nuevo el arpa de boca. Se acabó. Otro campeonato ganado. Otra copa más. Lo de siempre.
-Otra copa más. Lo de siempre, maese Laertes.
-Lo de siempre, lo de siempre, siempre lo de siempre, Keepy. No es que bebas mucho, que es así, es que bebes lo de siempre siempre y no sabes parar. En mi ensayo sobre La ley mojada de Perico Chicote tengo un anexo de cócteles recetados según los sentimientos que necesitan estar mojados, por lo tanto, curados. Melancolía, euforia, nostalgia, saudade portuguesa, duda, desengaño, incredulidad, furia incontenible, incertidumbre, deriva, deseo sexual...
-¿Tú crees que cuándo vuelva a casa ella se habrá marchado?
-¿Adónde?
-A buscar a alguien que sepa parar.
-Es decir, duda e incertidumbre. Tengo un buen cóctel para eso. Un Bloody Mary Categórico.
-También me avasalla la furia incontenible como a Aguirre, la cólera de Dios y también me arrebata el deseo sexual.
-Bien, le pondremos un poco de granadina y angostura, con unos vahos de azahar.
-Pero también nostalgia y melancolía, Laertes.
-Vamos a ver, ¿te quedan lágrimas?
-Sí, es lo único que guardo solidificado y congelado en la nevera de la cabina de la hormigonera.
-Tráemelas, las añadiremos al Mary Bloody Categórico para enfriar un poco los sentimientos.
-¿Qué tal ahora, Keepy? ¿Mejor?
-Me voy a casa.
Me voy a casa cantando y danzando fados, tarantos y boleros. Llego. Nadie. Miro la nevera. El relicario imán de nuestras imágenes de cuando bailábamos lento. Trato de hacerme yo solo la maniobra de Heimlich sobre el tatuaje del esternón también con nuestras mismas imágenes de cuando bailábamos lento. Abro la nevera. El congelador. Más lágrimas solidificadas. Más Bloody Mary.
Bloody Mary, tenías razón me dijiste que algún día tengo que parar y yo dije para siempre lo de siempre.