El macho-alfa ha regresado, desplazando a la mujer en el más alto escalafón del poder y de la representación a nivel político y amenazando algunos de los avances experimentados por ésta en los últimos tiempos. La disposición al diálogo y al entendimiento, la supuesta proyección hacia más altas cotas de solidaridad y de empatía, parecen haber sido remplazadas de golpe y plumazo por un autoritarismo bronco, mesiánico, de hombre fuerte que busca imponer su voluntad y exhibe su poder sin complejos.
Cuando la figura de Viktor Orbán despuntó en Europa se antojaba una especie exótica, una anomalía propia de los países del Este del continente comprensible dada su escasa tradición democrática, equiparable sólo a la siniestra figura de Erdogan en Turquía. Sin embargo, no sólo afianzó su poder en Hungría ante la pasividad de la Unión Europea sino que pronto le surgió un correligionario en Polonia y a continuación, si bien más suave en las formas al ser el socio presentable de un gobierno de coalición, otro en Austria. Las alarmas sólo parecen haber saltado al llegar otro émulo de Orbán a la vice-presidencia del gobierno en Italia. En comparación, Theresa May, en plena tormenta del Brexit, se aferra con crecientes dificultades a su cargo como si se tratara del palo mayor, mientras la otrora incontestable Angela Merkel languidece en Berlín.
!Y quién iba a pensar hace sólo un par de años que los dos países americanos más poderosos acabarían gobernados por dos destacados miembros de la especie más masculina orgullosa de serlo! El acceso de Bolsonaro al poder en Brasil complementará en el hemisferio sur el ya ostentado por Donald Trump en el norte, después de que Cristina Fernández abandonara el de Argentina y Michelle Bachelet el de Chile. La reciente elección en México deja a este país contra la corriente en el plano ideológico si bien AMLO tampoco parece un presidente en estrecho contacto con su sensibilidad femenina. Quedaría solo Trudeau, aislado en el extremo norte del continente, como representante del liderazgo soft.
Los acontecimientos en Estados Unidos y en Brasil, los dos colosos del continente americano, resultan aún más significativos observados en perspectiva. Parece que fue ayer cuando todo parecía encaminado para que uno y otro fueran liderados por mujeres: Hillary Clinton y Dilma Rousseff. Hoy, por el contrario, ambas rumian su impotencia como si no acabaran de asumir una realidad que las ha dejado fuera de combate sin contemplaciones.
En España, Soraya Saenz de Santamaría representaba la única posibilidad de contar con una mujer candidata a la presidencia del gobierno en un futuro próximo, lo cual no quita para que presidentes socialistas hayan demostrado mayor sensibilidad hacia la situación de las mujeres que las más destacadas representantes del PP. Su derrota no sólo facilitó el regreso de las esencias más rancias en la voz y el discurso del nuevo máximo representante de la derecha, Pablo Casado, sino también -lo que es más preocupante- por vía interpuesta mediante el regreso solapado de José María Aznar en calidad de influyente mentor de éste.
Si miramos al continente del futuro la cosa no pinta mejor. No hay mujeres presidiendo los países más relevantes de Asia. Al contrario, nos encontramos con líderes fuertes en China e India, además de, por supuesto, Rusia y también en Japón La única presidenta con proyección más allá de sus fronteras era la birmana Aung San Suu Kyi , Premio Nobel de la Paz, cuyo aura quedaría mancillado de forma irreparable dada su pasividad ante la crisis humanitaria sufrida en su país por la población de la etnia rohyinga.
Sea fruto de la casualidad, de una reacción o incluso de una conspiración, la dinámica lleva a preguntarse si más que ante una ola ultra-conservadora no estaremos ante un cambio de paradigma mediante el cual la exhibición de testosterona ha arrasado con la ideología. Que los hombres fuertes hayan venido para quedarse o supongan un último y desesperado intento por tratar de frenar el avance imparable de las mujeres el tiempo lo dirá. El riesgo es que, en este último caso, dada la naturaleza bravucona de los protagonistas, se antoja difícil que el proceso pueda ser revertido sin conflicto.