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ISSN 1989-4163

NUMERO 97 - NOVIEMBRE 2018

Don Alguien

Francisco Gómez

Juan Arriero Horizontes es un hombre como los demás. Ni muy alto ni muy bajo, ni Adonis pero tampoco adefesio. No aparenta gordura aunque tampoco una masa muscular escapada de largas sesiones gimnásticas en instrumentos de tortura. Inteligencia, la mediana. No para incluirlo dentro del club de los elegidos con el coeficiente 150 pero tampoco una nulidad mental.

En cuanto a su apariencia física, Arriero o arrierito, como lo “bautizaron” tiempo atrás sus amigos, no sobresalía del común por unas características que lo elevaran para bien o para mal del resto. Altura: 1,71 cm, peso 82 kilos, piel ligeramente oscura, ojos redondos y de iris marrones bajo una frente despejada, brazos algo alargados respecto al tronco y piernas simétricas pero alicortas de acuerdo a su estatura.

A la altura de sus 42 años, Juan sabía de sobra que no pasaría a la historia de la humanidad por ningún hecho destacable. Al contrario, caminaría de puntillas como la inmensa mayoría de los que posan sus pies todos los días en este planeta. No sería inventor, descubridor o científico que con sus trabajos lograse erradicar alguna de las enfermedades que amedrentan el corazón de sus semejantes.

En absoluto se convertiría en un escritor de éxito, fama entre los colegas y prestigio, que un buen día recogiese un premio de categoría nacional o internacional entre señoras embutidas en lentejuelas y pamelas y señores de frac almidonado, sonrisas y palmadas lelas con reverencias forzadas. Ninguno de sus escritos engrosaría las listas de los más vendidos o sería incluido en un manual de obligado estudio en institutos y universidades.

Nunca acometería una gesta deportiva de renombre, inscrita con letras de oro en los anales del periodismo. No alteraría el rumbo de nación alguna con sus decisiones políticas que vendrían reflejadas en los libros de historia per secula seculorum. Éstos eran sus sueños. La realidad bien otra. “Así eres tú, Juan”. Un tipo corriente y moliente. Del montón. Uno más que paga sus impuestos, cotizante a la Seguridad Social, con un número en el carné de identidad, curra como un cabrón entre semana y descansa sábados y domingos y poco más”.

En la ficha que a todos nos hacen cuando trabajamos en cualquier sitio las instancias sociales o en los dosieres policiales de los sospechosos vendrían los siguientes datos de su biografía:

Nombre: Juan Arriero Horizontes
Natural de Villapalacios, provincia de Ciudad Real
En la actualidad residente en Madrid, calle Lopenitos, 10, 1º dcha.
Estado civil: casado con Edelmira Requejo Chozas. Dos hijos. La mayor Elena de 6 años y Gustavo, el pequeño.; tres años
Profesión: Comercial del ramo de la hostelería en la empresa Servimar desde hace quince años. Hasta el momento no ha subido en el escalafón profesional pues no tiene dotes de líder de grupos ni estudios de mercadotecnia aplicada.
Informática básica. Inglés a nivel usuario.

Total, nueve líneas para definir una vida, la suya, que si no la más importante en la historia humana, era la que más conocía e interesaba. Al arriero le hubiera gustado ser un hombre más atractivo, sugerente a los ojos de las mujeres. Ser ingeniero. Hacer proyectos de envergadura. Respetado y admirado por sus colegas de profesión. O bien un escritor de deslumbrantes y esclarecedoras obras científicas, tener una compañera despampanante y quién sabe si una querida en cualquier apartamento clandestino.

Su vida, en cambio, no tenía un asomo de coincidencia con sus sueños. Se levantaba a eso de las 7 de la mañana y repetía con mecánica precisión los gestos del guerrero antes de empuñar la espada-cartera y empezar la batalla de cada día. Apagar el maldito despertador que cada matinada se reía de sus obligaciones laborales, ducharse, lavarse los dientes, perfumarse, ponerse la camisa, corbata, chaqueta, pantalón de vestir a rayas, desayunar y salir a conquistar la calle, cada día más dura, a cada momento más puta. La competencia en el ramo de la alimentación era feroz. Colocar tus productos en las tiendas y supermercados se antojaba una conquista digna de todo elogio. Que si ha venido un colega tuyo y me ofrece el salami a mejor precio con garantía de devolución si no me gusta. Que ahora la cosa está muy achuchá y tienes que esperar a que pueda pagarte.

Las cosas no iban en el trabajo y lo peor es que ya no sentía ilusión por lo que hacía. A veces cuando saltaba a la calle de madrugada y veía el batallón de trabajadores durmientes que se desperezaban del sueño reparador, se preguntaba cuántos disfrutarían de sus ocupaciones y profesiones y cuántos sólo sobrevivían, como él mismo se veía en ese momento. A esas primeras horas de la mañana también cruzaba por su magín la idea de cuántos hombres insatisfechos con su vida familiar y laboral se tropezarían con él.

“¿Soy yo un hombre insatisfecho con mi trabajo y mi vida familiar? Cierto es que me he casado tardíamente. A los 35, cuando la mayoría de mis amigos, primos y vecinos ya dieron el sí en el altar. Pero esto es positivo o negativo….Conozco a muchas y muchos que han roto sus lazos antes de ingresar en la cuarentena. Cierto es que conquisté a Edelmira más que nada por agotamiento. Un año entero detrás de ella hasta que un venturoso sábado ella llamó por fin y me propuso salir a cenar. Ahí empezó nuestra historia. A la vuelta de dos años nos casamos y metimos en ese maldito préstamo hipotecario variable, según el mibor, que nos come cada mes los ingresos y provoca tantos quebraderos de cabeza. Y luego está nuestra relación sexual. Al principio de novios, maravillosa. Perfecta. Nos buscábamos y nos encontrábamos. En el coche o en el apartamento de verano de sus padres. El punto de unión carnal. Y sentimental. Una vez casados, nuestras uniones siguieron fuertes y pasionales pero luego… no sé qué pasó. Sí, quizás la presión por pagar las letras, el coche nuevo, la monotonía de no buscar más en nuestros cuerpos, la llegada de los hijos y uno relegado a un segundo nivel. Total, mi vida y mi trabajo no van como me gustaría y creo que ya es tarde para volver atrás…”

Juan Arriero se acostó como cada noche en el lecho conyugal, tras llegar de la hipócrita calle. Se despojó del sudado traje, tornó a ducharse, cenó un buen bocadillo de calamares con mayonesa y vino tinto del pueblo. Vio la ración de telebasura nocturna, se acercó a la habitación de los niños y depositó un beso de amor paternal en cada uno de sus infantes. Entonces fue a acostarse con su mujer, de culo el uno frente al otro, con el rutinario “Buenas noches” y “Hasta mañana”. A la altura del tercer sueño, una sombra rojiza, aleteante, fantasmagórica, surgida de no se sabe qué alegoría irreal se definió en su duermevela.

-Hola, Juan, ¿sabes quién soy?
-El fruto de mis pesadillas nocturnas. No eres en realidad.
-Te equivocas, arriero. Soy aquel que viene a ofrecerte la escapatoria al sueño agrio de tu vida para mostrarte los destinos de la realidad que anhelas vivir.
-¿Qué dices?
-Vives una vida que no te gusta. Te propongo cambiar. Soy el Tentador. Vengo a hacer visible tu sueño irreal. Acompáñame.

En aquel momento, el ángel caído le tomó del brazo y Horizontes pudo observar mejor el rostro de aquella presencia tan extraña. No era un hombre pues de sus omóplatos surgían unas alas rotas, el cuerpo recubierto de escamas rojas, los ojos de un raro fulgor anaranjado y las manos y pecho nervudas, vellosas, todo musculado. Juan sintió que su ser atravesaba distancias, océanos, continentes hasta llegar a la cúspide de una empinada montaña de cristal con vaharadas de incienso y otras hierbas aromáticas. Como si hubiera recorrido miles de kilómetros sin moverse de su habitación.

-Mira. Aquí tienes el panorama de la vida que querrías para ti. A la derecha el ofrecimiento de halagos, recompensas, prestigios, proyección social, dimensión histórica. ¿Qué quieres ser? ¿Científico, historiador, estadista, líder de masas? ¿En qué época deseas vivir? A tu izquierda, las mujeres que seducirás y tendrás a tus pies. De muchos países, diversas razas. Todas a tus pies. En el centro, tu destino soñado en la historia de los hombres y montañas de dinero en el que nadarás.
-Todo esto, ¿a cambio de qué?- bien sabía que nadie daba nada por nada y aquello, como buen comercial que él era, debería tener un precio.
-Has de renunciar a tu vida pasada. Padres, familiares, mujer actual, hijos, rincones de la infancia y juventud. Yo te diseñaré una vida a la medida de tus sueños.

Juan Arriero Horizontes recordó en aquel momento a su mujer, dormida junto a él, ignorante de aquel cruce de caminos. Los besos, los abrazos y caricias que habían vivido juntos. Los hijos que nacieron al amparo de su amor. Su infancia feliz en Villapalacios, con sus padres, abuelos y hermanos. Su madurez y las partidas de mus con sus amigos en el bar Caribe. Los viajes a la playa. Su vida de hombre corriente.

-¿Qué, Juan, cambias tu sombría vida por el paraíso que te ofrezco?
-No. Creo que no.
-¿Acaso no es este que ves tu sueño?`
-Ya no. Prefiero mi vida vulgar y cotidiana Mis ilusiones rutinarias. El beso de mi mujer cada tarde, los abrazos de mis hijos, los viajes al pueblo de mis padres, las charlas en el bar con los amigos, aguantar a mi jefe. Quédate con tus maravillas.

El Tentador se esfumó enojado y Juan soltó un suspiro de alivio. Había vencido al precio de saber que siempre sería el hombre corriente que nunca quiso ser. Aquella noche empezó a vislumbrar ya definitivamente que nunca cambiaría nada en la historia de los hombres. Sería siempre el hombre anónimo para el resto de sus congéneres pero el mejor marido para su mujer, el perfecto padre para sus hijos, el amado hijo de sus padres, el enorme amigo de sus amigos y aquella era su recompensa y virtud en la tierra que pisaba todos los días.

 


Don alguien

 

 

 

 

 

 
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