«Este rencor por la vida que ha entrado
en forma de torbellino a caballo,
latiendo establos y oliendo mundos,
limitando montes y aspirando musgos,
acariciando hojas y latiendo muslos»
De Asolación de madrugadas
«La fugacidad de la vida humana a mí no me interesa; me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar». Fernando Vallejo: La virgen de los sicarios
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La angosta inquietud que camina
como un vaivén verde agobio,
delata montañas y barcas sin destinos,
ante la especial bruma de tu sosiego.
Ese reloj parado que se divisa,
cristal atento de transparentes prisas,
sin más aliento que su propio retorno,
con la singular niebla de tu destino:
noviembre, cuando ya llueva la granada
y la soledad me traiga en tromba a cuestas conmigo mismo.
Ahora ya no sé dónde encontrarte
para haberme huido contigo de tan lejos
que acariciáramos aquella cerrada noche
abierta a cuerpos ingratos a los relojes,
sahumando abrazos, ahumando almohadas
y besos estragados.
Ya no sé qué hacer para comprarnos
una broma con la que tirar, al menos,
un par de años, sin sábanas,
pero sin rencores,
sin yemas, pero sin uñas,
sin labios, pero con besos,
con perfumes, pero sin aromas.
Ya no sé más que contar lubricanes,
declinar emborronados ocasos,
avergonzarme hasta de mis palabras,
y callado, ante el espejo, indultarme un rato,
al raso de este amanecer que nace de incierto ocre,
se expande promesa y revienta como una admiración
fiera sin signos que deja inodoro,
insípido, incoloro ante el moreno de aquellas palabras de agua.
Es, pues, el tiempo de la huida hacia el Egeo,
de redactar voluntades,
de no escribir poemas;
es el momento de resignarse
y caer de bruces ante la derrota,
ante la prisa que hay por olvidar
y dibujar un paréntesis con la boca muy ancha,
un hiato con los dientes muy largos,
como de un mordisco de limón
con esta boca vacía a besos.
La hondonada de este ameno verdor
consiente el perfil del aire,
se resecan los ojos porque rechazan miradas,
se escapan, agitados, los nombres de un olvido,
y la cuesta de los lunes se empina hasta lo alto de Serra Gelada,
escarpada, muy empapada al advertir
la tela amarga de la granada
como una noche entera de semáforos.
Me inquieta la fugacidad de la muerte,
de esta muerte lenta que es un Leteo
donde se ahogan fotos, relojes, mares,
almohadas, abrazos, cuerpos ágiles,
la lengua muerta y fría en la boca,
palabras, neutras ya, muertes olvidadas.
Pero cuando la noche haya asolado todas mis madrugadas,
me seguirás esperando.
Madrid-L’Albir-Madrid, junio-septiembre 2017