El verano resistía. Octubre parecía más un preludio de primavera. El otoño se mostraba aún lejano. Las temperaturas agradables invitaban a no olvidar la canícula. Sabía que aquella bonanza terminaría de improviso y cualquier día debería buscar con urgencia las prendas de abrigo que tenía preparadas desde que unas tímidas lluvias en Septiembre le obligaron a pensar en vestidos más cálidos.
Pero a él le tenían sin cuidado las veleidades del clima .Su obsesión era otra. Un paso. Una decisión. Un paso que debía dar y que llevaba posponiendo año tras año, sin atreverse a ello.
Un paso, un salto al vacío sin red ni vuelta atrás. De consecuencias imprevisibles. De ahí su cobardía.
Y pasaban los meses, los signos del Zodiaco que regresaban a aquel Octubre extraño.
Cada año, por aquellas fechas, regresaban a su memoria todos los detalles, todos los elementos del puzzle que le carcomían, que le estaban obligando a tomar la decisión que podía hundirle en la miseria o hacerle el más feliz de los mortales.
Pero estaba decidido. Aquella era la ocasión perfecta. Allí estaban todos. Un poco achispados luego de una excelente cena, regada con buenos vinos. Como siempre.
Cuando tomó en su mano la cucharilla, el ligero temblor de sus dedos le hizo dudar un último instante. Luego golpeó el cristal de su copa y se puso en pié.