Esto no es una reseña. Es muy difícil escribir sobre un libro que llevas dentro, que ha calado tan hondo que es imposible establecer con él una distancia que te permita mirarlo, analizarlo con cierta perspectiva, con un poco de lejanía. Lejanía es, precisamente, lo más difícil de establecer con los 55 poemas que componen ‘Mientras me alejo’ (Visor), la última entrega del poeta Karmelo C. Iribarren. Imposible, insisto, establecer distancia con un libro que -paradójicamente teniendo en cuenta su título- rompe todas las distancias y se acopla al lector como una segunda piel.
Es difícil elegir un libro de Karmelo C. Iribarren porque en todos ellos hay poemas que, juntándolos, compondrían mi poética lectora del autor pero ‘Mientras me alejo’ contiene todos los elementos de su hacer poético reunidos en una sola entrega. Lluvia, cafés, soliloquios, elementos a los que el donostiarra nos tiene acostumbrados, circulan también por este libro. Me pregunto qué lo hace tan diferente a los otros y vuelvo a él, una y otra vez, buscando extraer elementos que me permitan descifrar sus claves para alejarme y poder analizarlo; pero cuanto más trato de tomar distancia -mientras me alejo- más me acerco, más me adentro, rendida a su melancolía pausada, más serena, como si la propia melancolía se hubiera quitado su velo para mostrarnos otra cosa que no sé muy bien qué es pero se instala dentro y se queda. Y quieres, además, que se quede para siempre.
Karmelo C. Iribarren firma uno de sus libros menos iribarrianos. Entiéndase. Es que su yo asoma la nariz de forma distinta, como si nada nunca fuera suficiente. Aparece menos testigo de lo ajeno y más actor de lo propio. Pienso en el extraordinario ‘Esos días’: Me refiero/ a cuando te quieren y hace sol/ y no te duele nada,/ a cuando tienes el mundo/ rendido a tus pies,// y no te basta. En esa aceptación de la inercia como guía se suman versos que encienden a ratos la esperanza, como ese poema de amor que podría encabezar el ranking de los más hermosos escritos sobre el tema: ‘El amor los domingos por la mañana’. En ese precario equilibrio entre la aceptación de la derrota y la asunción de una tibia esperanza, reside la fortaleza de ‘Mientras me alejo’, que produce en el lector el efecto mareante del zoom que acerca y aleja lo esencial de la vida para que lo miremos desde diferentes distancias. En efecto, es un libro que aguanta varias lecturas, no sólo eso, gana con cada lectura haciendo que poemas que en un principio miras desde el filtro de la fina ironía del autor se aparezcan otras veces en forma de sombría amenaza.
Karmelo C. Iribarren sabe hacer que el poema sea como una navaja multiusos. Sacar de él el máximo rendimiento, unas veces, destaponando un poema otras cortando con su filo, no pocas prestando luz sobre una sombra o limando nuestras uñas para que el arañazo se convierta en una caricia. Rentabilizar el poema. Que se pueda utilizar muchas veces y para usos distintos y, sobre todo, que el poema se haga necesario, que una vez que lo tienes entre manos no puedas prescindir de él. Karmelo C. Iribarren ha dado y sigue dando eso a la poesía actual. Ese es otro de los logros que tiene en su haber. Uno siente que podría perderse en el monte una tormentosa noche de febrero y sobrevivir sólo con un libro de Iribarren en las manos.
Esto no es una reseña. No podría serlo jamás porque cada lectura de ‘Mientras me alejo’ me lleva a sitios diferentes y sé que ninguno será el definitivo, que es imposible pontificar sobre algo que está cambiando constantemente porque los poemas de Iribarren, cada vez más, parecen metamorfosearse con nuestras circunstancias, acoplándose a nuestras necesidades y a nuestras vivencias. ¿No será que son sus poemas los que nos subrayan y no al contrario? ¿Ellos quienes señalan lo que realmente importa? ‘Mientras me alejo’, léanlo. Karmelo C. Iribarren es el mejor “mal ejemplo” para seguir.