Vivimos rodeados de numerologías simbólicas que conforman la identidad de este hombre contradictorio en los primeros peldaños del XXI siglo. Los medios de comunicación esculpen las fechas con señales testimoniales. El 11-S, el 11-M, el 23-F, el 15-M, la hipotética convocatoria electoral general sin fecha predeterminada. Los exégetas de uno de los libros sagrados, la Biblia, interpretan que en su interior se esconde un código cabalístico que diseña el futuro del mundo y el ser humano. Borges y Cortázar, entre otros muchos y buenos escritores, escondían en sus relatos misterios en clave de número.
A nosotros mismos nos determinan los signos matemáticos: la fecha de nuestro nacimiento, boda, separación, el instante de la llegada de nuestros hijos, el fatídico momento de la muerte. Somos un número para la Seguridad Social, Hacienda, un votante codificado en las elecciones, un porcentaje en las audiencias, el social tal del club de nuestros amores.
La vida se sitúa en forma de tránsito arábigo. Del 0 al 1 suceden los momentos esenciales de nuestro discurrir. Vivimos la infancia, patria perdida del hombre, como deja escrito Marcel Proust. Es la etapa de formación de nuestra personalidad, nos dicen psicólogos y sociólogos y demás fauna estudiosa. Del 1 al 2, el niño se hace adolescente y luego joven. Descubrimos el cuerpo y su belleza. Sentimos las primeras atracciones por el mismo o distinto sexo, según la inclinación de cada cual. El amor y su anverso amargo, el desamor o el amor no correspondido. Nos sentimos por primera vez solos ante el mundo. Los referentes se diluyen, se nos escapa el dulce de la inocencia. Descubrimos en la transición del 19 a 20 que la vida no gasta bromas y percibimos que el tiempo se escapa inexorable.
Del 2 al 3 sentimos que es una época de intensa lucha. Probamos las profundas alegrías y sinsabores del mundo. En el amor y la conquista o rechazo del ser amado, en la pugna por alcanzar el trabajo ansiado o perdernos en el anonimato del cuarto indiferente. Estamos en los albores de la primera madurez marcada por experiencias, viajes, emociones, lecturas, pensamientos y golpetazos al corazón. Del 3 al 4 notamos en nuestra piel que la vida no es un juego y se escapa entre las manos. En esta España mini-mileurista, de pisos imposibles a pesar de las rebajas post-crisis, emanciparse y liberarse del amante yugo familiar, echar a correr en pos del asustadizo pájaro de la felicidad.
Del 4 al 5 percibimos que ya hemos recorrido un significativo trecho del camino y que nuestras posibilidades cada día se reducen más. Es la hora de las derrotas, los sueños incumplidos, las dificultades para sacar adelante los sueños. Las rupturas, las pérdidas, las ausencias. Aquí, o bien se manifiesta el cumplimiento de nuestros anhelos anteriores o muchos castillos se derrumban, quién sabe si ya para siempre. A partir de ahora nos espera una travesía solitaria cuando ya conocemos con escepticismo y algunas gotas de amargura y cierta dosis de resistente esperanza el catecismo de la humana realidad.
Llegamos al 5 y hacemos balance de nuestra vida. De lo que hemos hecho y lo que queda por hacer. Si seguimos siendo fieles a nosotros o la carrera de la edad nos ha vuelto seres derrotados, desengañados, huraños y vemos en el espejo el rostro del perdedor que ha traicionado sus sueños. Que ha dado descaradamente la espalda a la inocencia y a su paraíso perdido. Las hipoteques esclavas nos siguen acompañando hasta la otra mitad de la vida por venir, las discusiones estériles o las noches vacías acompañados por nuestros fantasmas y el desierto de nuestros incumplimientos venidos y por sobrevenir.
Ahora caminamos del 5 al 6, sin mucha prisa por cierto. No me atrevo a recorrer más tiempo pues es espacio no vivido y prefiero guardar silencio. Todavía a estas alturas sin muchas cosas claras a la espera de alguna luz que nos devuelva destellos de ingenuidad, bondad y belleza en estas postrimerías del maldito 16, con muchos cambios por venir en esta azarosa andadura que mueve el viento.
Numéricamente lamentable.